MISERABLE
Abrí los ojos de lentamente. Estaba en la enfermería,
al parecer. El rostro borroso de Carsten se acercó al mío. Parpadeé varias
veces hasta tener la visión más clara. Sí es él.
—¿Cómo te sientes?— preguntó viéndome muy de cerca.
—Me duele un poco la cabeza, ¿Qué me paso?
—Golpeaste contra un árbol, caíste del caballo— dijo
una voz masculina proveniente de mi lado izquierdo.
Su rostro dejó verse desde el lado contrario al de
Carsten.
—Es casi un milagro que despertaras— agregó Alonzo.
—Sam lo lamento tanto, debí protegerte…— Carsten se sentía culpable.
Noté que tenía el brazo vendado en su totalidad.
—Carsten, ¡te lastimé! ¡Estás herido!— chillé.
—No, no es nada. Sólo unas cuantas quemaduras, pronto
sanaré— dibujó una sonrisa forzada en su
rostro perfecto.
—Y así quieres estar junto a ella, no puedes cuidarla
ni por un instante…— replicó Alonzo.
—¡Cállate Moretti! ¡Qué diablos te importa esto a ti!
¡Lárgate!— rugió Carsten alzando la voz.
—¡No me iré,
tengo más derecho de estar aquí que tú!— le recriminó Alonzo.
—Muchachos, es mejor que los dos se vayan a pelear
afuera y dejen descansar a Sam— dijo una voz femenina muy conocida.
—¿Patty?— pregunté a la vez que me incorporaba en la
camilla con mucho esfuerzo.
—Sí, la misma de siempre— dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja.
Se acercó a mí y me dio un fuerte abrazo, unas
lágrimas salieron de mis ojos al verla viva, y al parecer en perfecto estado de
salud.
Sólo llevaba una venda que le envolvía la cabeza a la
altura de la frente.
—¡Dios mío! ¡Patty!— sin darme cuenta la estaba
estrujando más de lo necesario.
—Sam, me dejarás sin aire— bromeó ella como siempre lo
suele hacer.
Sonreí y la liberé de mi abrazo de oso.
—Regreso luego— dijo Carsten a la vez que daba media
vuelta para salir de la habitación, al parecer tanta ternura en el ambiente no
era de su agrado. Alonzo le siguió en silencio pero guardando distancia.
Patty pasó horas cuidándome, conversando conmigo
preguntado cada detalle sobre Carsten y yo, le conté nuestra gran travesía en
la ciudad. Al rato trajo a Thony, quien a las justas podía moverse. Me acomodé
en la camilla para que el también pudiera recostarse, Patty nos dejó solos.
Thony rozó suavemente mis hombros haciéndome sentir un
hormigueo por todo el cuerpo.
Su mirada dulce me atrapó por completo y me quedé
mirándolo en silencio por un largo rato.
—Mírate, ¡Tan
indefensa! Se cayó tu disfraz Sam— dijo
con un dulce tono de voz.
—No es ningún disfraz— reproché.
—Quieras o no, en todo este tiempo juntos he conocido
a la verdadera Sam, ¿Por qué te es tan difícil ser así todo el tiempo?
Exhalé todo mi aire sin saber qué responder. Thony jugaba con mi cabello.
—Siempre tan testaruda, tan seria, a veces me
pregunto, ¿Cómo es que pudimos estar juntos alguna vez?— dijo sonriendo.
—Ya sabes eso de
"los polos opuestos se atraen"— bromeé.
Sonrió con ganas.
—No creo que sea simplemente eso, tal vez algunos
seres están destinados a estar juntos. ¿No crees?
—Tal vez— respondí a media voz.
Anthony es tan dulce conmigo, aún no está bien, pero
se esfuerza por ayudarme en todo lo que puede. Me siento en completa deuda con
él, tendré que recompensarlo de alguna forma cuando este maldito malestar y
este punzante dolor en la cabeza se me quiten del todo.
Pasaron al menos tres días en los que las cosas
estaban mejorando de a pocos, los heridos de la batalla se recuperaban
lentamente pero al menos teníamos la tranquilidad que los alumnos de Whitemount
no volverían a atacarnos, al menos hasta la próxima triple alineación
planetaria. Las labores fueron suspendidas hasta que todos estuvieran en
perfecto estado de salud. Carsten, Eric y Matty tenían acceso libre a nuestra
escuela al ser parte de nuestro ejército salvador, empezaban a ganarse la
confianza del alumnado y de los profesores, el respeto ya lo tenían y de sobra,
sin ellos la escuela nunca hubiera sobrevivido al ataque. Agradezco
infinitamente que el director le permitiera entrar aquí cuando quiera. Carsten
venía todos los días trayéndome un ramo de flores frescas para ponerlas en el
florero de la mesita de noche al lado de mi camilla. Se sentaba en la silla
cercana con una ligera sonrisa en su
perfecto rostro que me transmitía una
calma pura y sincera. Tomaba mi mano con suavidad y la estrechaba con cuidado
como si yo fuera completamente frágil y él temiera lastimarme. No hacía falta
una sola palabra, bastaba su presencia a mi lado para sentirme bien, completa.
Dichosa.
Pero no todo puede ser felicidad, al menos no para mí.
Escuché un tremendo alboroto afuera de la enfermería.
—¿Qué pasa?— le pregunté a Carsten.
—Iré a ver— dijo y se levantó de la silla en la que
estuvo sentado, caminó hacia la puerta de la enfermería, echó un vistazo fuera.
—Parece que hay
una protesta, la gente está alborotada, el director intenta poner orden—
Dijo él.
Me levanté con cuidado, cada paso retumbaba en mi
cabeza, aún no me recuperaba del todo, me sentía muy débil y algo desorientada.
Casi a traspiés
y muy lentamente me acerqué a Carsten quien apoyó su mano izquierda
sobre mi espalda intentando ayudarme a mantener el equilibrio.
Un grupo de padres de familia enfurecidos gritaban
cosas inentendibles alrededor del director. Con
ayuda de Carsten caminé hasta una distancia relativamente cercana para
escuchar sus reclamos.
—Repito, ellos vinieron ayudarnos, no son el enemigo—
decía el director.
—¡No podemos permitir que nuestros hijos estén cerca
de más demonios asesinos!
—¡Me llevaré a mis hijos de inmediato!
—¿No que este era un internado exclusivo y seguro? Ya veo que cualquiera puede entrar.
Entendí todo al instante.
Me dispuse a acercarme a ellos pero Carsten me detuvo.
—¿Qué vas a hacer?— preguntó en un susurro.
—No puedo permitir que sigan creyendo que ustedes son
los malos de la película— respondí y di un paso adelante.
Todos voltearon a verme.
—¡Samantha deberías estar en cama!— me riñó el
director Dalton.
—¡Lo sé, pero no puedo estar postrada mientras estos
señores siguen culpando a mis amigos del desastre! ¡Por qué no dejan a un lado sus prejuicios!—
grité y mis fuerzas estuvieron a punto de fallarme, me tambaleé. De inmediato
Carsten vino a mi lado para sostenerme.
—Vamos
Sam, es inútil— dijo a mi oído.
—No, no dejaré que esto…
Antes de que pudiera seguir hablando Carsten me subió a sus fuertes brazos. Las cosas se
volvían borrosas ante mis ojos lentamente. Me llevó de regreso a la enfermería,
el director nos siguió. Cerraron la puerta a sus espaldas, Carsten me depositó
en la cama.
Me sentía demasiado débil, y confundida, las cosas se
hacían cada vez más y más borrosas.
La multitud seguía reclamando afuera golpeaban la
puerta con fuerza.
—No me gusta estar en un lugar en el que no soy bien
recibido— dijo Carsten.
—¡No puedes irte!— grité tan alto como pude, me llevé una mano a los ojos, el maldito
mareo era incontenible.
—Muchas gracias por ayudarnos, lamento esto pero no
podrás volver a ingresar a la escuela—
dijo el director Dalton disculpándose con Carsten.
—Lo sé, no soy bienvenido aquí. Aun así volveré si
necesitan ayuda. Adiós Sam, espero te recuperes—
—¡No! ¡No puedes irte!
Pero fue muy tarde, cuando la vista al fin se me
aclaró Carsten ya no estaba en la estancia.
La puerta de la enfermería fue abierta a la fuerza por
fuera. La multitud enardecida esperaba encontrar a Carsten quien sabe para qué.
—¡Cálmense por favor, los pacientes necesitan
tranquilidad para recuperarse y ustedes no están ayudando!— les recriminó el
director.
—¡Ella debería ser expulsada! ¡Es cómplice de los
demonios!— chilló en la multitud la mamá de Patty señalándome con el dedo
índice.
¿Ya he mencionado que me odia? Mis amigos aparecieron al
escuchar tanto alboroto. Patty ayudaba a Anthony a caminar.
—¿¡Mamá que haces aquí!’— le gritó ella.
—Patty, ¡Guarda tus cosas de inmediato, nos vamos!
—¿Qué? ¡Tú te vas!
¡Yo no iré a ninguna parte!
—¡No me retes Patty!
—¡No mamá! ¡No me iré! ¡Sam me necesita!
La mujer casi se echa a reír. Tomó a Patty del brazo con brusquedad y la sacó
del lugar casi a rastras.
Los ojos se me cerraban, no tenía fuerzas para
defender a mi amiga. La figura borrosa de Anthony se acercó lentamente a mí.
—Recuéstate Sam, tú tienes que descansar— dijo.
Me ayudó a subir a la camilla y cubrió mi cuerpo con
una manta. Poco a poco me fui quedando dormida con una enorme pena dentro de
mí. Me sentía impotente, devastada. Carsten se fue, no volvería a verlo quien
sabe hasta cuándo y mi mejor amiga era obligada a dejar la escuela, tal vez su madre en un arranque de locura la
sacaría de aquí sin permitirme tener contacto con ella nunca más. ¡Dios! ¡Me
siento tan inútil!
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