domingo, 12 de octubre de 2014

CAPÍTULO 27 ELLA ESTÁ CERCA, LA SIENTO

MEMORIAS DE CARSTEN
ELLA ESTÁ CERCA, LA SIENTO

Eric se mordió el labio inferior intentando descifrar por qué no fuimos más rápidos.
—Cálmate, será para la próxima— le dije.
—¡No Carsten! en este juego del gato y el ratón no podemos darnos el lujo de dejar escapar al enemigo.
—Lo sé…—
—No podemos permitir que siga saliéndose con la suya— Me interrumpió
—¿Quién te entiende Morello? A veces tan tonto y a veces tan maduro—  dije.
Sonrió forzadamente.
—No eres el único que reflexiona sobre las cosas a su alrededor— dijo a la vez que se ponía la capucha y abandonaba el lugar con su típico caminar al estilo rapero.
Dejé que Eric regresara a casa solo. Me quedé dando una vuelta por la ciudad. Los edificios, la gente, todo debía resultarme familiar, pero me sentía extraño, como si estuviera viviendo una fantasía de la que despertaría en cualquier momento.
De pronto algo dentro de mí cambió, el vacío en mi alma se tornó más tenue, mi corazón empezó a latir con fuerza, me sentía ansioso de la nada, eso sólo podría ser... ¡Era ella! ¡Sam estaba cerca!  ¡Muy cerca!
Di unos cuantos pasos apurados para llegar a ella, pero volví a la realidad. Si me acerco, Samir podría encontrarla con mayor facilidad, era una decisión de vida o muerte. Quería verla, estrecharla entre mis brazos a toda costa, pero ella correría peligro. No podía ponerla en riesgo por mis necesidades, sería demasiado egoísta.
Me senté cerca al puerto intentando calmarme, respiraba entrecortadamente, era demasiado frustrante tenerla tan cerca y no poder acercarme a ella. Apreté mis puños con fuerza casi al punto de clavarme las uñas en las palmas.
Una mano suave tocó mi espalda. Era Francesca.
—¿Qué quieres?— pregunté mientras jalaba mis mangas al puro estilo Morello tratando de calmarme.
Parecía apenada. No dijo nada y se sentó a mi lado. Intuí que quería decirme algo, así que esperé en silencio. El atardecer cayó lentamente sobre nosotros. Francesca no hacía más que mirar al puerto, como si sus palabras fueran tragadas silenciosamente por el agua. Sacó algo de su bolsillo y lo tiró al agua con furia. No logré ver qué era. Al rato habló, al fin.
—Sabes, creo que ahora entiendo porque te parezco repudiable…
La interrumpí al instante.
—¡Francesca, tu no me pareces repudiable! ¿De dónde sacas eso?
—Es que nunca me miraste como los demás.
—Lo que pasa, es que yo tengo novia y la respeto.
—Ah, era eso— dijo entristecida.
—No entiendo porque una mujer tan hermosa como tu puede sentirse repudiable. Sabes, creo que te hace mal estar con la pandilla— dije,
—Sí, tal vez.
—Francesca, tienes mucho para dar. No te quedes en el papel de "la novia del mafioso" vales más que eso.
—Tienes razón. Lo he pensado a veces, pero no me decido.
Noté que la desesperación en mi cedió, Sam se había alejado. Solté un suspiro.
—Las respuestas están en ti, busca en tu interior— dije al fin.
—¿Quién diría que escucharía esas cosas de ti?— dijo con una sonrisa irónica.
—¿Por qué no podías imaginarlo?— pregunté.
—El príncipe de hielo derritió su disfraz— respondió sonriéndome.
Se puso de pie, agradeció por la corta charla y caminó hasta perderse por una de las calles. ¡Qué raro! ¿Soy una persona de hielo? Lo de príncipe lo había visto muchas veces en las ridículas cartas de amor que me dejaban bajo la puerta las niñas atrevidas de la escuela. No me importaba lo que pensaran, las destrozaba y lanzaba por la ventana. Pero lo preocupante era esa palabra,  "hielo". A veces lo había pensado. Fui un ser realmente malvado, despreciable e insensible, hasta que encontré a Sam que despertó en mí un pequeño lado bueno, rescatable. Pero aquellas palabras parecían herirme profundo viniendo de un humano.
Di algunos pasos.  Morello apareció frente a mí.
—Me estabas preocupando, pensé que te había pasado algo—  dijo sin mirarme a los ojos, se mantenía mirando al horizonte.
—Estoy bien, volvamos a casa.
Caminamos en silencio hasta llegar a la calle que ahora era "nuestra calle" sonaban muy raras en mi mente aquellas palabras, creo que jamás podré acostumbrarme.
—Hey, C, te ves cansado. Yo me encargo de la comida, compraré algo. Ve a casa y descansa— ordenó Eric.
Dio media vuelta y desapareció calle arriba.
Entré a  casa, parecía llena de fantasmas, por algún motivo sentí un escalofrío en mi interior. Me esforcé por caminar hasta mi habitación y recostarme sobre la cama a intentar dormir, no pude.
¿Por qué carajos me sentía tan confundido, turbado, desorientado? ¡Lo tengo! Sólo necesito verla, así sea por un segundo, así sea de lejos, verla podrá calmarme.
Salí de casa como mejor pude, corrí por las calles solo siguiendo a mi corazón, desesperado, confundido, tratando de no perder la concentración en mis latidos para encontrarla, más rápido. ¡La siento! ¡Mis latidos se hacen más rápidos! Está cerca, ella está…
Llegué a la puerta de una heladería. Pero ella ya no estaba ahí.
Mi corazón se calmó hasta casi detenerse, y la confusión volvió a apoderarse de mi mente y el maldito agujero en mi alma se ensanchó un poco más.
¡Sam, te extraño tanto!
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