LOS
SUEÑOS
Salí de mi habitación a medianoche. No podía dormir,
tenía demasiadas cosas en la cabeza como para descansar plenamente. Caminé por
los solitarios pasillos de losetas blanquecinas, me sentía como un fantasma a
la media luz del lugar. Repentinamente sentí una ola de aire frío golpeando
suavemente mi nuca, elevé los hombros y moví la cabeza bruscamente
intentado deshacerme de la gélida sensación. ¿De dónde provino esa ráfaga? Me
quedé quieta examinando el pasillo con la mirada intentando encontrar su origen.
Pronto la sensación se hizo más fuerte y un contacto húmedo golpeó mi cuello.
Pegué un salto completamente asustada.
Oí una risa muy conocida, lentamente Alonzo se mostró
frente a mí.
—¡Cómo es posible que no te dieras cuenta!— dijo
sorprendido y aún entre risas. Me llevé
una mano al lugar en el que depositó el beso.
—¿Por qué lo hiciste? — pregunté confundida.
—Quería asustarte y parece que lo logré— respondió muy
fresco.
—¡No es gracioso! ¡Me asustaste! Pude lastimarte.
—¿Con qué? No veo que traigas algún arma contigo.
Apreté el entrecejo.
—Me debes una.
Sonrió al ver mi enojo.
—Ven conmigo— dijo y me tomó de la mano.
Salimos al fresco y caminamos varios metros hasta
detenernos en medio del patio.
—Descubrí algo— dijo.
Lo miré expectante.
— Mira— tomó una maceta entre sus manos y desapareció
junto a ella.
—¡Sorprendente! Cada vez haces cosas más geniales ¡Desearía
tener tus poderes!— comenté emocionada.
Se mostró
nuevamente, dejó la maceta en su lugar y se acercó a mí.
—Hay algo más—
dijo.
Me tomó de la mano y me condujo por una de las sendas
del patio, cruzamos por en medio de unos arbustos secos hasta llegar a la
"casa club" de los Ankh.
—¿A qué se debe el privilegio de que me traigas aquí?—
pregunté.
—Espera y verás.
Se supone que la casa club está oculta de los demás y
es un privilegio único para los Ankh. Alonzo me ayudó a subir por la escalera
de cuerda hasta la entrada.
Me quedé boquiabierta. La casa club tenía de todo: sofás
enormes que se veían muy cómodos, una mini cafetería, una máquina expendedora
de dulces y demás, no dejaba de examinar todo el lugar con sorpresa, esta era
una perfecta guarida. Las paredes de madera en su totalidad le daban un aire
rústico y acogedor, la decoración y todo era magnífico, estaba construida sobre
varios árboles y contaba con más de tres habitaciones.
—¿Te gusta?— preguntó Alonzo a mis espaldas.
—Nunca imaginé que aquí dentro pudiera existir algo
así ¡Me encanta!— dije sin dejar de examinar el lugar minuciosamente.
Alonzo acomodó el sillón futón de la primera
habitación hasta convertirlo en una cama, se recostó sobre él.
—Puedes tomar lo que desees— me indicó desde ahí.
Saqué de la máquina expendedora un paquete de galletas
integrales. Alonzo me invitó a acercarme, me acomodé sentada a su lado.
—Puedes venir aquí cuantas veces lo gustes, este
privilegio no lo tiene cualquiera— dijo
mirándome dulcemente.
—¿A qué viene todo esto?— pregunté intuyendo que había algo detrás, es
demasiado bueno para ser gratuito.
—No quiero que vuelvas a Whitemount— respondió a secas.
¡Ahí está!
—¿Intentas chantajearme con una ridícula casita club?—
interrogué enojándome un poco.
Lo miré muy seria. Dejé las galletas de lado.
—No quiero comprarte si es a lo que te refieres.
—¿Entonces?
—Sam, no quiero que te pase nada malo. Si necesitas
algo dímelo, sólo quiero que estés bien aquí junto a mí y los demás de nuestra
raza. No quiero que te la vuelvas a aventurar en el territorio de los
demonios— su voz me pareció una súplica.
Me quedé en silencio.
—¿Sabes que sospeché que irías ahí? No podía concebir
la idea de verte morir por una tontería, estuve a punto de seguirte— dijo.
—Agradezco que te intereses por mí, pero son mis
decisiones. Sólo yo seré responsable de lo que pase.
Repentinamente me jaló hacia el hasta echarme sobre su
pecho, me quedé atónita e inmóvil, jamás esperé que hiciera algo así. Colocó
una mano alrededor de mi cintura firmemente y con la otra acarició suavemente
mi cabeza, podía oír los rítmicos latidos de su corazón.
Estaba muy nerviosa.
—En verdad me importas Sam— susurró sin dejar de
acariciarme.
No dije nada, luego de un rato ambos nos quedamos
dormidos en aquella posición.
Me sentí cercana a él, este parecía un sueño, no podía
comprender lo que estaba pasando. Me sentía muy bien así, entre los brazos de
Alonzo, pero algo no cuadraba en esta escena perfecta que parecía sacada de una
película romántica. Aquella noche hubiera sido la mejor de mi vida si no
hubiera conocido al sexy y perfecto Carsten Von Bismarck.
Tuve un sueño muy extraño. Mi mente estaba confundida,
tanto que Carsten habló en mis sueños.
Su voz fue lo primero que oí, luego su perfecta figura
se dejó ver.
—Sam, ¡Estás bien!— exclamó emocionado.
—Estoy perfectamente bien al verte— dije muy confiada,
es sólo un sueño.
Sonrió.
—Ven— me tomó de la mano, me llevó a caminar por las
serpenteantes sendas oscuras de los parajes de mis sueños, llegamos a una
cascada. Me hizo tomar asiento a su lado sobre una banquita hecha del tronco de
un árbol.
Empezó a
recorrer mi rostro con sus manos, sus hermosos ojos grises estaban clavados
fijamente en mí, me hacía sentir mil cosas en el estómago, con sólo mirarme de
esa forma podría hacerme creer que era la única en el mundo para él, podía
hacerme sentir especial.
En el fondo sabía que todo era ficción, producto de mi
mente perturbada por su belleza, pero quería disfrutar del momento. Me acerqué a él lentamente.
—¿Qué intentas hacer?— preguntó con un tono de voz
travieso.
Me quedé quieta a escasos centímetros de su boca,
mirándolo fijamente. Su mano derecha se dirigió rápidamente a mi nuca y me
llevó hacia él. Nuestros labios encajaron a la perfección, como si estuviéramos
hechos el uno para el otro. Era uno de esos sueños que se sienten demasiado
reales, nos besamos con excesiva pasión, como nunca antes lo había hecho en mi
vida y lo disfruté, sí que lo disfruté.
Había deseado esto desde el momento en que pensé que
me besaría en su habitación, pero jamás imaginé que sería tan placentero.
Terminado el beso me sentí adicta a él, quería seguir
besándolo sin parar. Fue intenso y extraño para mí, algo que despertaba
emociones y sensaciones que nunca antes había sentido. Fuera lo que fuera no
quería despertar de este sueño jamás.
—Toma— me dijo quitándose la muñequera de cuero que
tenía puesta en el brazo izquierdo. Tomó mi mano y la introdujo con delicadeza,
enlazó las cuerdas y realizó varios nudos para dejarla fija.
—¿Y esto para qué?— pregunté.
—Para que tengas una prueba de lo que acaba de pasar—
dijo.
Sonreí, el Carsten de mis sueños va en serio.
—Está bien, gracias— dije.
—Dame tu número.
Terminé escribiéndolo en su brazo con un bolígrafo que
él me alcanzó.
—Es hora de despertar— dijo otra voz muy familiar que
sonaba lejana.
¿Alonzo aquí? El
sueño se pone más interesante.
Volví a mirar a Carsten.
—Adiós, angelito— dijo a la vez que me daba un beso en
la frente.
Alonzo estaba sobre mí apoyado en sus manos que
flanqueaban mi cabeza, el largo de sus brazos delimitaban el espacio entre
nuestros cuerpos, me miraba extrañado.
—¿Aún estás cansada?— preguntó.
Parpadeé varias veces intentando reaccionar de aquel
sueño maravilloso.
Froté mis ojos con las manos y para sorpresa mía traía
puesta la muñequera de Carsten. Me quedé congelada, no podía reaccionar. ¿Cómo
es esto posible?
—Sam, ¿Estás bien?— preguntó asustado Alonzo.
—Sí, sí, eso creo. ¿Tú me pusiste esta
muñequera?—pregunté.
—No, para nada ¿No la llevabas puesta antes?
—Sí, ¡Qué tonta! lo había olvidado— dije disimulando.
Me ayudó a sentarme.
—Es hora de irnos— dijo mientras acomodaba un poco mi
cabello que estaba completamente enmarañando.
Fijé la mirada en el reloj de pared de la casa club.
Eran las cinco de la mañana.
—¡Pero es muy temprano aún!— me quejé.
—Es el momento indicado, si es que no queremos ser
encontrados por la prefecta.
Salimos del lugar con suma cautela. Luego caminamos
casi de puntillas por los pasillos hasta asegurarnos que no hubiera nadie en el
perímetro.
Pero la prefecta estaba sentada en la sala de lectura,
cercana a las escaleras por las que teníamos que subir para ir a nuestras
habitaciones.
—¿Cómo diablos la burlaremos?— pregunté en un susurro.
—Sube a mi espalda— dijo Alonzo.
Le hice caso ¡Qué tonta! ¿Cómo no pensé en usar su
poder?
Parecía que estaba dentro de una burbuja. Alonzo
caminó frente a la prefecta que seguía muy tranquila bebiendo una taza de café.
La espalda de Alonzo era muy cálida, al rodear su cuello con mis brazos pude
sentir el calor de su piel y el delicioso aroma de su cabello. Al pie de la
escalera deshizo la ilusión, bajé de su
espalda.
—Te envidio— dije.
Sonrió.
—Necesitarías de mucha concentración para usarlo. Ve a
tu habitación ahora— dijo y se despidió de mí con un beso en la frente. Tuve la
sensación de que Carsten era el que me besaba en ese momento, sacudí la cabeza
para aclarar mi mente.
Empecé a correr a toda velocidad en dirección a mi
dormitorio, a lo lejos pude sentir unos pasos suaves acercándose, debía ser la
prefecta, apuré el trote tanto como
pude, llegué a mi habitación, cerré la puerta con mucha delicadeza y me lancé a
mi cama, a los pocos segundos la prefecta abrió la puerta lentamente, me hice
la dormida y al parecer se la creyó, cerró la puerta y se fue.
Afortunadamente las chicas estaban profundamente dormidas y tal vez ni siquiera
notaron que no dormí en la habitación.
No podía creer todo lo que había pasado. Primero la
oferta de Alonzo: No volver a Whitemount a cambio de usar la casa club de los
Ankh, segundo el extraño pero maravilloso sueño con Carsten, y tercero ¿Cómo
rayos obtuve esta muñequera?
Esto está demasiado raro, es de locos creerlo, aquel
sueño no fue real, fue sólo eso, un sueño. Dormí un poco más para dejar
descansar a mi mente. Esta vez no soñé nada.
—Dormilona, ¡Ya es hora, levántate!— gritó Patty
quitándome las mantas de encima.
Me estiré como mejor pude en la cama para
desperezarme.
—¿A qué hora volviste anoche?— preguntó Gaby.
—¿A eso de la una?— mi respuesta pareció una pregunta.
—Si la prefecta te encuentra estarás en problemas
nuevamente, pequeña testaruda— agregó Patty y me lanzó una almohada en la
cabeza.
Seguimos la rutina de siempre. Fui la primera en tomar
una ducha, me siguió Gaby y finalmente Patty. Mientras la última terminaba de
asearse, Gaby; que estaba frente al enorme tocador de la habitación; no paraba
de arreglar y peinar su dorado cabello, la miraba con gesto ausente desde atrás,
ella siempre quería verse perfecta, se demora mucho peinándose y maquillándose
para ir a clases, a lo mejor para captar la atención de Juanes.
—¿Sucede algo? Preguntó mirándome a través del espejo
con sus curiosos ojos claros.
—Sólo... tuve una pesadilla— mentí.
Volvió la mirada a su reflejo.
—Eso te pasa por trasnochar tanto Sam. Te prepararé
una infusión de manzanilla esta noche.
Patty ya estaba lista, desenredaba sus cabellos de
color rojizo como mejor podía, no tenía mucho problema, lo lleva bastante
corto. Algunos dicen que somos el trío perfecto: La rubia, la pelirroja y la
castaña. ¡Patético!
Momento de ponerse otra vez el uniforme escolar.
Además de ser feo es bastante recatado: camisa blanca manga larga con la
insignia de Blackmount bordada en el bolsillo, corbata granate, falda escocesa
tableada con rayas blancas, granate,
negro y hueso llevada hasta la altura de las rodillas, medias blancas largas, zapatos
negros, y opcionalmente un blazer negro con la insignia. Los chicos llevan
pantalón granate entero y opcionalmente un suéter sin mangas color negro con
rayas granate en las pretinas. Por lo que pude ver los estudiantes de
Whitemount se visten con lo que quieren. ¡Ni siquiera tienen uniforme! ¡Qué
envidia!
Tomamos un desayuno rápido en la cafetería: tostadas,
jugo, emparedados. Conversamos de lo habitual: tareas, planes, etc.
Llegada la hora nos dirigimos a nuestra aula, Juanes llamó a Gaby a
sentarse junto a él.
—¿Qué esperas tontuela? Ve — le dije.
Patty y yo tomamos asiento en nuestra banca para dos
de siempre.
Giré la cabeza hacia la izquierda, pude ver a Anthony
sentado al fondo de la clase solo, como siempre, me dedicó una sonrisa forzada
a modo de saludo, le moví la mano antes de volver a la posición anterior, un
pequeño sentimiento de culpa me inundó de nuevo al verlo tan solitario ¿Debería
ir a sentarme con él?
La prefecta y el maestro de relaciones humanas
entraron al aula, luego de pedir un poco de silencio y orden, el maestro dio un
breve comunicado.
—He de informarles que mañana tienen su primer trabajo
práctico del mes — dijo él.
—Irán a la ciudad para practicar lo que aprenden en
clase— agregó la prefecta.
¡Maldición!
Ahora dirá que estoy castigada y
no puedo ir.
—Recuerden que habrá alguien vigilándolos en todo
momento. Por esta vez haremos una excepción, Samanta Oliveira puedes ir— dijo
la prefecta Carmen con gran pesar.
Casi salto de la emoción, tuve que controlarme, sólo
festejé con pequeños chillidos junto a Patty.
Aprovecharía esta salida al máximo, tal vez no
volvería a salir del "reclusorio" hasta dentro de mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta! me motiva más de lo que crees C: