lunes, 19 de diciembre de 2011

CAPITULO 3

EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS

Oculté mis alas y caminé por el estrecho camino al lado del río, se veía un poco profundo aunque no lo necesario como para ahogarme en él. No quería mojarme al cruzarlo, así que decidí aletear un poco hasta llegar al otro lado. En menos de lo esperado me encontraba en el lado prohibido, la zona peligrosa. No fue difícil, no tenía miedo, sólo un cansancio extremo luego de esforzarme al máximo en la carrera, tal vez abusé un poco, mi cuerpo pedía a gritos un descanso.
Una barrera de piedras acomodadas en cuadrículas delimitaba el perímetro de Whitemount, las suelas de mis zapatillas no ofrecían ningún tipo de seguridad al trepar sobre ellas, me las tuve que ayudar con las manos. Aquella barda era demasiado empinada, estaba a punto de llegar a la cima pero tal y como lo imaginé las zapatillas me jugaron sucio, resbalé, cerré los ojos esperando sentir el impacto de mi espalda sobre el agua del río antes de hundirme, pero no fue así. Una mano poderosa aprisionó la mía levantándome de un tirón y poniéndome a salvo. La vergüenza y el miedo me impedían verle a la cara a mi salvador.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer?— interrogó.
Levanté la mirada lentamente para poderle ver y me encontré con un muchacho muy alto, atlético y de mirada penetrante. Sus ojos tenían una ligera forma felina y su color grisáceo los hacían aún más llamativos, unos ojos hermosos que no había visto jamás en mi vida.
Me miró con fiereza y desconfianza como si fuera un intruso, en realidad es lo que soy.
—No tengo miedo, bueno, eso creo— respondí, sus ojos me quitaron de encima toda esa seguridad con la que llegué.
—¿Te lastimaste? — preguntó nuevamente, su voz es hermosa y profunda.
—No, gracias a ti— dije
No cambió la expresión severa del rostro.
—¿Estudias en Whitemount?— pregunté para entrar en confianza.
—Sí, por desgracia— respondió mientras daba media vuelta  y echaba a andar de regreso a su escuela.
Lo seguí de cerca para continuar la plática.
—Entonces no te gusta— aseguré.
—¿Quién dijo eso?—  detuvo en seco su andar como si mi suposición realmente le molestara.
Tuve que alzar un poco el cuello para poder verle bien el rostro, realmente es muy alto.
—Dijiste "por desgracia" intuyo que no te gusta tu escuela— aclaré.
—Tal vez, tal vez si, tal vez no.
—¡No es una respuesta concreta, es ambigua!
—Mejor dime ¿Tú por qué te escapaste de Blackmount?—  preguntó dándome la cara.
—Estoy harta de sus jerarquías, sus reglas y todo. Decidí salir a dar un paseo y tu escuela se me  hizo muy interesante.
Sonrió en gesto de burla.
—¿No sabes que…
—¿Que pueden matarme y que nunca regresaría a Blackmount? Lo sé y no me importa demasiado, quiero vivir el momento, nada más— interrumpí.
—Veo que pensamos igual— dijo cambiando su actitud a un modo más amable.
Tomó asiento en medio del pasto, me invitó a sentarme a su lado, lo hice.
—Soy Carsten Von Bismarck — dijo mientras estiraba su mano en dirección a la mía.
La estreché, tuve una visión extraña al producirse el contacto: destrucción, ángeles armados,  tal vez una batalla ¿Qué significaba todo eso?
—Se supone que tienes que decirme tu nombre— interrumpió sacándome del trance.
—Claro que lo sé— respondí molesta intentando reponerme—. Samantha Oliveira, puedes decirme Sam.
Solté su mano de inmediato.
—Parece que te quedaste pensando en algo Sam— dijo mientras me observaba al detalle.
—¿Eres alemán?— pregunté para disimular, aún tenía la respiración entrecortada por la impresión.
—Así parece—  respondió con desgano.
Hice una breve pausa hasta normalizar mi respiración.
—Al parecer los demonios no son peligrosos como dicen— le dije cambiando de tema mientras lo contemplaba detenidamente.
No habían mentido al decir que ellos son muy hermosos, misteriosos y aparentemente muy fuertes. Sus brazos; aunque delgados; se veían poderosos. El cabello oscuro y lacio le quedaba muy bien sobre su piel blanca, los mechones caían alrededor de su perfecto rostro  ovalado, eran muy largos, tanto que le cubrían un poco más abajo de los hombros.  Llevaba en al cuello un rosario de color negro con una cruz armenia enorme.
—Es un obsequio de mi abuelo, o al menos lo que quedó de él— respondió al darse cuenta que lo examinaba demasiado con la mirada, su voz sonó melancólica al hablar de su abuelo.
—Lo siento— me disculpé y bajé la vista.
—No hay problema— respondió muy tranquilo.
Podría quedarme todo el día contemplándolo sin hacer más.  Por un momento dejé de pensar en Alonzo y todo lo que a Blackmount respecta, sólo pensaba en quedarme y pasar todo el día con él, saber más de él.
—Sabes, siempre quise conocer tu escuela por dentro—  le dije.
Abrió los ojos al máximo y volteó a verme con notable sorpresa.
—Sabes que es una misión suicida— dijo muy serio.
Puse mi mejor cara de súplica.
Entrecerró los ojos y exhaló con fuerza como su pidiera al cielo un poco de paciencia, cosa que era completamente imposible.
—Está bien, andando— dijo mientras se ponía de pie y me hacía una seña para que lo siguiera.
Sonreí complacida.
Nos detuvimos tras  unos arbustos, retiró una mochila que estaba oculta entre la hierba, la abrió, tomó de ella un pantalón y una sudadera de color negro, aparentemente eran suyos.
—¿Debo ponerme eso?— pregunté.
—Sí. Tienes que mantener un perfil bajo, no puedes aparecer con el uniforme de Blackmount por estos lares, sería demasiado peligroso— dijo.
—Había pasado por alto ese factor.
—Tienes suerte que haya sido yo quien te encontrara.
—¿Entonces debo agradecerte por no matarme? — pregunté bromeando.
Curvó los labios ligeramente.
—Apresúrate— dijo, me tendió la ropa y se alejó un poco dándome espacio para cambiarme.
Me puse su ropa sobre la mía, me quedaba bastante grande, pero me las arreglé. Él volvió, buscó un poco más en la mochila y sacó de ella  unas gafas oscuras y una gorra negra de gamuza, me la puso en la cabeza ocultando mi cabello dentro con suma delicadeza, tal parece que Carsten sabe cómo tratar a una chica.
—¿Crees que ahora estoy lista?— interrogué.
Me miró de pies a cabeza.
—Te falta esto— dijo a la vez que me entregaba las gafas de sol modelo aviador.
Me las puse.
—Me veo como un chico— dije no muy feliz con la idea.
—Diremos que eres mi primo Marcel Smith— agregó.
—¿Tengo opción a cambiarme de nombre?— pregunté.
—¿Prefieres Leopold?— dijo con una sonrisa malévola.
—¡No, no! Me quedo con Marcel.
Carsten me sonrió con ganas. ¡Dios, su sonrisa es tan sensual! Jamás podría borrarla de mi mente, él puede resultar adictivo. Me sentí un poco atontada ante tanta perfección.
—Intenta hablar lo menos posible, trata de comportarte como Marcel, aunque creo que no tendrás problemas con ello, ustedes los ángeles son unos artistas dramáticos por excelencia— dijo echando a andar.
Me quedé quieta pensando en qué trató de decir con eso.
—¿Quieres hacerlo o no?— preguntó mientras me miraba por encima del hombro sonriendo aún.
¿¡Cómo resistirse a esa sonrisa!? Por ella caminaría directamente al infierno y literalmente lo estaba haciendo ahora.

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