EL
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS
Oculté mis alas y caminé por el estrecho camino al
lado del río, se veía un poco profundo aunque no lo necesario como para
ahogarme en él. No quería mojarme al cruzarlo, así que decidí aletear un poco
hasta llegar al otro lado. En menos de lo esperado me encontraba en el lado
prohibido, la zona peligrosa. No fue difícil, no tenía miedo, sólo un cansancio
extremo luego de esforzarme al máximo en la carrera, tal vez abusé un poco, mi
cuerpo pedía a gritos un descanso.
Una barrera de piedras acomodadas en cuadrículas
delimitaba el perímetro de Whitemount, las suelas de mis zapatillas no ofrecían
ningún tipo de seguridad al trepar sobre ellas, me las tuve que ayudar con las
manos. Aquella barda era demasiado empinada, estaba a punto de llegar a la cima
pero tal y como lo imaginé las zapatillas me jugaron sucio, resbalé, cerré los
ojos esperando sentir el impacto de mi espalda sobre el agua del río antes de
hundirme, pero no fue así. Una mano poderosa aprisionó la mía levantándome de
un tirón y poniéndome a salvo. La vergüenza y el miedo me impedían verle a la
cara a mi salvador.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer?— interrogó.
Levanté la mirada lentamente para poderle ver y me
encontré con un muchacho muy alto, atlético y de mirada penetrante. Sus ojos
tenían una ligera forma felina y su color grisáceo los hacían aún más
llamativos, unos ojos hermosos que no había visto jamás en mi vida.
Me miró con fiereza y desconfianza como si fuera un
intruso, en realidad es lo que soy.
—No tengo miedo, bueno, eso creo— respondí, sus ojos
me quitaron de encima toda esa seguridad con la que llegué.
—¿Te lastimaste? — preguntó nuevamente, su voz es
hermosa y profunda.
—No, gracias a ti— dije
No cambió la expresión severa del rostro.
—¿Estudias en
Whitemount?— pregunté para entrar en confianza.
—Sí, por desgracia— respondió mientras daba media
vuelta y echaba a andar de regreso a su
escuela.
Lo seguí de cerca para continuar la plática.
—Entonces no te gusta— aseguré.
—¿Quién dijo eso?—
detuvo en seco su andar como si mi suposición realmente le molestara.
Tuve que alzar un poco el cuello para poder verle bien
el rostro, realmente es muy alto.
—Dijiste "por desgracia" intuyo que no te
gusta tu escuela— aclaré.
—Tal vez, tal vez si, tal vez no.
—¡No es una respuesta concreta, es ambigua!
—Mejor dime ¿Tú por qué te escapaste de
Blackmount?— preguntó dándome la cara.
—Estoy harta de sus jerarquías, sus reglas y todo.
Decidí salir a dar un paseo y tu escuela se me
hizo muy interesante.
Sonrió en gesto de burla.
—¿Que pueden matarme y que nunca regresaría a
Blackmount? Lo sé y no me importa demasiado, quiero vivir el momento, nada más—
interrumpí.
—Veo que pensamos igual— dijo cambiando su actitud a
un modo más amable.
Tomó asiento en medio del pasto, me invitó a sentarme
a su lado, lo hice.
—Soy Carsten Von Bismarck — dijo mientras estiraba su
mano en dirección a la mía.
La estreché, tuve una visión extraña al producirse el
contacto: destrucción, ángeles armados,
tal vez una batalla ¿Qué significaba todo eso?
—Se supone que tienes que decirme tu nombre—
interrumpió sacándome del trance.
—Claro que lo sé— respondí molesta intentando
reponerme—. Samantha Oliveira, puedes decirme Sam.
Solté su mano de inmediato.
—Parece que te quedaste pensando en algo Sam— dijo
mientras me observaba al detalle.
—¿Eres alemán?— pregunté para disimular, aún tenía la
respiración entrecortada por la impresión.
—Así parece—
respondió con desgano.
Hice una breve pausa hasta normalizar mi respiración.
—Al parecer los demonios no son peligrosos como dicen—
le dije cambiando de tema mientras lo contemplaba detenidamente.
No habían mentido al decir que ellos son muy hermosos,
misteriosos y aparentemente muy fuertes. Sus brazos; aunque delgados; se veían
poderosos. El cabello oscuro y lacio le quedaba muy bien sobre su piel blanca,
los mechones caían alrededor de su perfecto rostro ovalado, eran muy largos, tanto que le
cubrían un poco más abajo de los hombros. Llevaba en al cuello un rosario de color negro
con una cruz armenia enorme.
—Es un obsequio de mi abuelo, o al menos lo que quedó
de él— respondió al darse cuenta que lo examinaba demasiado con la mirada, su
voz sonó melancólica al hablar de su abuelo.
—Lo siento— me disculpé y bajé la vista.
—No hay problema— respondió muy tranquilo.
Podría quedarme todo el día contemplándolo sin hacer
más. Por un momento dejé de pensar en
Alonzo y todo lo que a Blackmount respecta, sólo pensaba en quedarme y pasar
todo el día con él, saber más de él.
—Sabes, siempre quise conocer tu escuela por
dentro— le dije.
Abrió los ojos al máximo y volteó a verme con notable
sorpresa.
—Sabes que es una misión suicida— dijo muy serio.
Puse mi mejor cara de súplica.
Entrecerró los ojos y exhaló con fuerza como su
pidiera al cielo un poco de paciencia, cosa que era completamente imposible.
—Está bien, andando— dijo mientras se ponía de pie y
me hacía una seña para que lo siguiera.
Sonreí complacida.
Nos detuvimos tras
unos arbustos, retiró una mochila que estaba oculta entre la hierba, la
abrió, tomó de ella un pantalón y una sudadera de color negro, aparentemente
eran suyos.
—¿Debo ponerme eso?— pregunté.
—Sí. Tienes que mantener un perfil bajo, no puedes
aparecer con el uniforme de Blackmount por estos lares, sería demasiado
peligroso— dijo.
—Había pasado por alto ese factor.
—Tienes suerte que haya sido yo quien te encontrara.
—¿Entonces debo agradecerte por no matarme? — pregunté
bromeando.
Curvó los labios ligeramente.
—Apresúrate— dijo, me tendió la ropa y se alejó un
poco dándome espacio para cambiarme.
Me puse su ropa sobre la mía, me quedaba bastante
grande, pero me las arreglé. Él volvió, buscó un poco más en la mochila y sacó
de ella unas gafas oscuras y una gorra
negra de gamuza, me la puso en la cabeza ocultando mi cabello dentro con suma
delicadeza, tal parece que Carsten sabe cómo tratar a una chica.
—¿Crees que ahora estoy lista?— interrogué.
Me miró de pies a cabeza.
—Te falta esto— dijo a la vez que me entregaba las
gafas de sol modelo aviador.
Me las puse.
—Me veo como un chico— dije no muy feliz con la idea.
—Diremos que eres mi primo Marcel Smith— agregó.
—¿Tengo opción a cambiarme de nombre?— pregunté.
—¿Prefieres Leopold?— dijo con una sonrisa malévola.
—¡No, no! Me quedo con Marcel.
Carsten me sonrió con ganas. ¡Dios, su sonrisa es tan
sensual! Jamás podría borrarla de mi mente, él puede resultar adictivo. Me
sentí un poco atontada ante tanta perfección.
—Intenta hablar lo menos posible, trata de comportarte
como Marcel, aunque creo que no tendrás problemas con ello, ustedes los ángeles
son unos artistas dramáticos por excelencia— dijo echando a andar.
Me quedé quieta pensando en qué trató de decir con
eso.
—¿Quieres hacerlo o no?— preguntó mientras me miraba
por encima del hombro sonriendo aún.
¿¡Cómo resistirse a esa sonrisa!? Por ella caminaría
directamente al infierno y literalmente lo estaba haciendo ahora.
Ángeles... artistas dramáticos por excelencia? xD Carsten ♥
ResponderEliminarjaja el siempre con sus frases XDD jaja
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