sábado, 17 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 2

TODO ESTARÁ MEJOR POR AQUÍ

La  escuela es la misma desde que tengo memoria, el viejo castillo gótico que fue demolido para construir un imponente internado vanguardista. A veces me resulta muy extraño pensar que este es un lugar exclusivo para ángeles donde aprendemos a vivir entre los humanos y comportarnos como tales, controlar nuestros impulsos y casi olvidarnos por completo de nuestra especial calidad de seres mágicos. En la otra dimensión (llamada "cielo" por los humanos) existen ya demasiados ángeles, es por eso que algunos recibimos el privilegio (o castigo, no me decido)  de vivir entre los humanos comunes y aprender a hacer el bien.
En la escuela hay ángeles de la realeza, sangre pura descendientes de los grandes arcángeles y también  ángeles plebeyos como es mi caso.  Las leyendas sobre la escuela hablan de un grupo muy parecido a los Ankh que siempre estuvo integrado por ángeles sangre pura,  y tanta similitud con los Ankh hizo que la entrada de Alonzo  como líder sea cuestionada, ya que él es un ángel plebeyo.
Lo desconocido se encuentra al oeste, la escuela Whitemount. Por paradójico que parezca el nombre esa es la escuela para demonios, un río la separa de la mía. Dicen que ahí todos son extremadamente poderosos y hermosos, mucho más que nosotros. Ningún ángel se ha atrevido a pisar territorio enemigo nunca antes, ni siquiera alguno de los arcángeles. Los chicos de los últimos años solían jugarles novatadas a los nuevos, poniendo en riesgo sus vidas al enviarlos a Whitemount, pero los detuvieron a escasos metros de acercarse. Corre el rumor que ahí decapitan a los intrusos. Desde siempre me ha provocado una gran curiosidad saber cómo viven ellos, me pregunto si su mundo será tan falso como el nuestro.

Afortunadamente este año no hicieron cambios respecto a las habitaciones, nos tocó nuevamente la  ochenta y ocho a Patty, Gaby y a mí. Las tres entramos emocionadas al recuperar nuestro lugar,  las tres camas, los espejos, fotografías en las paredes, tantos recuerdos del año pasado esperándonos sólo a nosotras.
Las chicas dejaron tiradas mis maletas en medio del cuarto. Yo me lancé de golpe a mi cama.
—¡Nuestra habitación, nuevamente para las tres! ¿No es increíble?— chilló Patty sin quitar los ojos del collage de fotografías en la pared.
—Parece que ni siquiera entró alguien aquí, todo está tal y como lo dejamos— dijo Gaby a la vez que tomaba entre manos un pequeño adorno de la mesita de centro del lugar.
—Al menos hay algo bueno este año— dije sin ganas.
—¡Anímate Sam! No es tan malo volver a clases—  me dijo Patty con una gran sonrisa, al parecer a ella sí le emocionaba estar de vuelta.
—Tienes razón, no es tan malo. ¡Es terrible!— respondí entre risas a la vez que le lanzaba un cojín en la cabeza.
Respondió lanzándome una almohada, Gaby se unió a la guerra de "cosas voladoras"  pero tanta diversión atrajo rápidamente la atención de la nueva prefecta que abrió la puerta de nuestra habitación de sopetón y sopló un ruidoso silbato. Las tres soltamos todo lo que teníamos en manos y nos cubrimos los oídos. La mujer dejó el silbato y lo guardó en su bolsillo.
—¡No somos perros, señora! ¡No vuelva a usar ese silbato con nosotras!— ordené
Gaby y Patty rieron.
—Tú debes ser Samantha. Los maestros y el director ya me advirtieron de ti. ¡Te estaré vigilando  jovencita!— dijo mirándome con seriedad.
Su rostro severo y lleno de arrugas parecía sacado de una de mis pesadillas.
—¡Relájese! Me encargaré de que no me vea hacer ninguna de mis travesuras— le guiñé el ojo.
La mujer apretó los labios con fuerza, arrugó aún más su decrépito rostro y salió de nuestra habitación hinchada de rabia.
Miré a mis amigas.
—¡Eres tremenda! A este paso para fin de año matarás a Miss Carmen — me dijo Patty con una gran sonrisa burlona.
Las tres echamos a reír.
Luego de acomodar un poco nuestro desorden y limpiar el polvo que cubría nuestras pertenencias tuvimos que dejar nuestra ropa casual y ponernos el ridículo uniforme para asistir a clases.
Miré el horario, el día no se veía emocionante. Lo único bueno es tener cerca a mis dos y únicas amigas.
Entramos al salón asignado a nuestro año, ocupamos los lugares como de costumbre, Patty junto a mí y Gaby en una carpeta adelante de nosotras, le gustaba mucho tener compañeros de clase rotativos, a veces se sentaba con Estefano, otras con Rosalie, cualquier compañero estaba bien para ella siempre y cuando no sea ninguna de las porristas.

Luego de un largo y común día entre asignaturas, libros, tener que escuchar aburridas clases de los maestros, almorzar, tomar una reparadora siesta, ir a la biblioteca, por fin se hizo de noche. La oscuridad reinaba en cada pasillo de la escuela, deambulaba en dirección a la cafetería  en busca de algo para beber, tanto hablar con las chicas me dejó la boca seca. En el camino me encontré con Alonzo. Sin decir nada tomó mi mano con delicadeza y me invitó a tomar asiento junto a el en los sofás de la recepción, casi me pongo a temblar de nervios. 
—Nos espera un año muy agitado— dijo mientras apretaba un pequeño osito de felpa entre sus manos, a lo mejor era el regalo de alguna admiradora.
—Sólo espero divertirme y vivir grandes aventuras— respondí.
Al decir eso una visión borrosa atrapó mi  mente. Me vi corriendo en dirección al río por una senda estrecha en medio de arbustos, una senda que llevaba  a… ¿Whitemount?
Alonzo me tomó por los hombros sacudiéndome suavemente.
—¿Pasó?— preguntó.
—Sí, eso creo — respondí  intentando estabilizarme.
Alonzo es el único que sabe acerca de mis visiones, se supone que sólo los sangre pura o los arcángeles tienen poderes, pero  ambos estamos convencidos que no es así, es sólo un mito.
Ese es uno de nuestros secretos, llevamos una amistad muy íntima desde hace muchos años y nadie lo sabe.
—Aún insisten en que no debo pertenecer al Ankh, ni a la sociedad de alumnos— dijo cambiando de tema.
Su voz sonaba melancólica y apagada. Le dolía demasiado el hecho de que no lo consideraran capaz para todos esos cargos sólo por ser plebeyo, su mirada perdía el brillo cada vez que tocaba el tema.
—Creo que no debería importarte demasiado. Encárgate de hacerlo bien y les demostrarás que están errados— dije.
Volvió la cabeza en mi dirección, sonrió un poco a la vez que me daba una dulce mirada de agradecimiento.
—Creo en ti, no me defraudes— agregué sin querer, pensando en voz alta.
—Sería increíble que todo el tiempo fueras así de sensible y comprensiva ¿Por qué te empeñas en ser la chica mala de la escuela?— preguntó mientras acariciaba mi cabeza con una mano.
Sentí un ligero hormigueo en todo el cuerpo.
—Porque en realidad soy muy sensible y no me conviene bajar la guardia ante el enemigo— respondí viéndolo a los ojos.
Su mano bajó hasta mi mentón, me acercó más hacia él.
—¿Entonces me consideras inofensivo?—  preguntó viéndome fijamente y aun sosteniendo mi rostro.
Mi corazón latía a mil por hora. Me puse de pie de inmediato para alejarme de él antes de cometer una imprudencia.
—Jamás dije eso— repliqué disimulando y oculté mi cara bajo mi cabello.
—Sí, claro. No diré más.
Alguien interrumpió el momento.
—¡Alonzo! ¿Qué haces aquí? — preguntó Tatiana caminando en nuestra dirección.
Apreté los labios presa de la ira ¡Qué inoportuna!
—Te dejo con tu novia— le dije a Alonzo en voz baja antes de dar media vuelta y retirarme.
Él atrapó una de mis manos y me jaló suavemente.
—Sabes muy bien que ella no es mi novia— susurró a mi oído.
Me soltó y se quedó esperando mi reacción, ignoré lo sucedido, miré con odio a Tatiana y ella me dedicó una sonrisa cargada de maldad.
—Buenas noches Moretti—  le dije intentando actuar con normalidad.
—¡Hasta nunca!— respondió por él Tatiana.
Apreté los labios una vez más y me retiré. No era el lugar ni el momento oportuno para ponerla en su lugar.
Retomé mi camino hacia la cafetería. Odio la idea de dejar a Tatiana y Alonzo a solas. Desearía poder quedarme en medio de ellos, pero sería demasiado notorio. La cafetería estaba desierta a estas horas, me serví un poco de leche del refrigerador, llené lentamente un vaso. Intenté no pensar en nada mientras terminaba de beber, pero por más que lo intentara mi mente no dejaba de darme hipótesis sobre lo que Alonzo y Tatiana podrían estar haciendo en este mismo instante. ¿Estarían besándose? Dejé el vaso sobre una mesa para evitar destruirlo con mi angustia creciente. Apreté los puños, me sentía completamente impotente. ¡Te odio Tatiana! ¡Te detesto!

Se hizo tarde. Eran casi las doce de la noche, lo comprobé en mi reloj pulsera. Pasé la última hora sentada en una de las mesas de la cafetería intentando canalizar mi furia con un poco de meditación, pero me fue imposible. Decidí salir a dar un paseo por el patio, un poco de aire fresco me ayudaría a calmarme. Deslicé la puerta corrediza de vidrio con mucho cuidado para evitar hacer algún sonido que atrajera la atención de la prefecta que debía estar rondando el lugar. Dejé las pantuflas y pisé el suave pasto con los pies descalzos. Rápidamente el aire fresco entró en mi pecho llenándome de una armonía única. Fue inevitable, me quité la camiseta del pijama y me quedé con mi diminuto top de algodón puro, enseguida mis alas se extendieron  abriéndose paso intempestivamente, cortando el aire. Poderosas, blancas, increíbles y casi inútiles ¿Para qué tener alas si las reglas no te permiten volar?  ¡Es estúpido! Está completamente prohibido usarlas dentro o fuera de la escuela, pero esta vez  ¿Quién se enteraría? Caminé de puntillas como una bailarina de ballet. Me sentí libre, muy tranquila, en paz.  
Pero la calma no duró mucho.
Alguien estaba viéndome desde atrás de la mampara, me volví en su dirección, reconocí al intruso a la media luz, Anthony. Mis alas volvieron a su lugar a gran velocidad. Recuperé mis pertenencias, me vestí nuevamente y me acerqué a él.
—No dirás nada ¿verdad?— pregunté muy nerviosa.
—Sabes que debo hacerlo. Parece que no puedes controlar tus alas, necesitas ayuda con eso— dijo.
—¡Cállate! Claro que puedo controlarme, esta vez me dejé llevar. ¡Guarda el secreto!— respondí molesta.
Se encogió de hombros y clavó la mirada en el piso.
—¿Qué hacías caminando por la escuela a medianoche? ¿No deberías estar durmiendo?— le recriminé.
—Empecé a sufrir de insomnio desde hace algunos días— respondió sin mirarme.
—¿Quieres que hablemos? — pregunté amablemente.
Asintió con la cabeza.
Tomamos asiento uno frente al otro en una de las mesas de la cafetería, sólo los delgados hilos de luz de la noche nos alumbraban a través de las enormes ventanas de vidrio.
—Bien, te escucho—  le dije.
Su mirada se quedó clavada en un punto medio de la mesa que nos separaba.  Su cabellera rubia crecida hasta la mitad del cuello brillaba aún en la tenue luz, algunos de sus largos mechones cayeron sobre su rostro cuando se inclinó antes de empezar a  hablar.
—Sabes, no he podido recuperarme del todo, me haces falta— dijo volviendo sus ojos celestes cristalinos hacia mí.
Se me olvidó que sería completamente incómodo hablar con mi exnovio. Anthony no puede estar tan mal. ¿O sí? Decidí intentar reparar de alguna forma el daño.
Respiré hondo  y no pude creer lo que dije.
—Podemos volver a ser amigos si quieres, no es necesario que me ignores. 
—¿En serio?— preguntó y su rostro se llenó de ilusión, al parecer  él tampoco esperaba eso.
—Sí, puedes confiar en mí nuevamente.
Sonrió un poco.
—Gracias— respondió luego a media voz.
Un momento de silencio invadió el ambiente. Noté que ni siquiera se había puesto el pijama, seguía con la camiseta oscura, el jean con bolsillos y la pañoleta negra amarrada al cuello con la que lo vi en la mañana, lo cual me hizo pensar que ni siquiera entró a clases.
—Y ¿Qué tal estuvieron tus vacaciones?— preguntó rompiendo el silencio.
—Perfectas. Estar en París sola no fue tan malo. Me divertí mucho, ya sabes, parranda, shopping...
La verdad es que me pasé las vacaciones encerrada en mi cuarto de hotel de París, lamentando mi mala suerte y extrañando a Alonzo cada instante. Pero no podía confesar la verdad, tenía que verme "genial".
Anthony apretó los labios en señal de disgusto.
—Ya veo, te la pasaste en grande— dijo con tristeza—. ¿Y hay algún nuevo galán en tu vida?
¡Qué debía decirle! ¿Darle falsas esperanzas o matarlo de una sola estocada?
—Pues no, no hay nadie. Los tipos en París no me resultaron interesantes.
Bajó la mirada, cruzó los brazos sobre el pecho y se reclinó en la silla como si estuviera pensando en lo que le acabada de decir.
—¿Y tú qué hiciste?— pregunté.
Su cuerpo tomó actividad nuevamente.
—Me la pasé extrañándote— dijo clavándome su mirada otra vez—. Mis padres me llevaron a Alaska, el lugar es hermoso pero es imposible disfrutar cuando te llevan obligado. Me quedé metido en mi habitación, sólo salí un día y casi muero congelado.
Después de todo Anthony y yo tenemos algo en común, siempre hubo algo en común pero nunca lo suficiente como para establecer "esa" conexión que sientes con alguien especial.
A pesar que pasaron más de dos meses desde nuestra ruptura, Anthony no podía superarlo. No me gustó nada que se la esté pasando mal pensando en mí, me sentí responsable de su tristeza.
Lo notó.
—Tranquila, todo estará bien— dijo.
Pero la melancolía en su voz indicaba lo contrario.
Al cabo de otro momento de silencio, decidió volver a su habitación igual que yo, tampoco teníamos mucho de qué hablar y había que levantarse temprano para asistir a clases. Cada uno tomó un pasillo diferente para ir a su respectivo dormitorio.
 Las chicas ya estaban dormidas,  me acosté. Estaba un tanto preocupada, no confiaba al cien por ciento que Anthony guardara el secreto, pero más me inquietaba su notoria depresión. Al final, el sueño me ganó la batalla y me quedé dormida.

La mañana siguiente inició con la clase de deporte. Mis amigas y yo ya teníamos puesto el ridículo uniforme deportivo y estábamos calentando sobre la pista de atletismo del patio trasero. La escuela cuenta con un área verde enorme, tanto que pueden llevarse a cabo varias actividades a la vez en el lugar.
El maestro preparó unas pruebas para seleccionar a los competidores de las próximas olimpiadas escolares, suena raro pero son olimpiadas exclusivas que se desarrollan contra otros internados iguales a Blackmount, escuelas para ángeles disfrazadas de internados para niños ricos.
No sé por qué diablos nos puso a Tatiana y a mí para la primera carrera, seguro fue intencional, ese tipo me odia.
A regañadientes me acerqué al punto de partida.
—Ganaré, tú eres demasiado lenta— me dijo Tatiana mientras amarraba su larga cabellera oscura en una cola de caballo.
Es obvio, no puedo ganarle. La resistencia de un ángel plebeyo no pueden compararse con la de un sangre pura, ella es más veloz, está en sus genes.
—¡No caigas en su juego!— gritó Anthony desde la tribuna.
Me sorprendió verlo ahí, por lo general Thony odia los deportes, pero hoy se veía relajado y el uniforme de deportes le quedaba muy bien, tal parece que decidió darle una segunda oportunidad a la actividad física, me alegré por él.
Tatiana sonrió con malicia, realizó flexiones y estiramientos antes de empezar la carrera, finalmente se inclinó sobre la línea de partida. Su séquito y otros tantos en la tribuna le hacían barra, mis amigos sólo observaban nerviosos, tanto que parecían estar a punto de comerse las uñas.
En ese instante se me ocurrió algo muy interesante y arriesgado. Respiré hondo y le devolví la sonrisita a Tatiana, después de todo no había mucho que perder si lo intentaba.
El profesor tocó el silbato, salimos disparadas en medio de los gritos de la multitud. Logré ver de reojo a Alonzo entre ellos ¿Qué hacía aquí? ¿Vino a verme a mí o a ella?
Al medio de la pista, cuando Tatiana se había convertido en un espectro difuminado de los colores de nuestro uniforme de deportes, llevé a cabo mi idea. Respiré hondo, concentré mi mente al máximo y mis alas brotaron violentamente. Sin dudarlo comencé a aletear hasta alcanzar a mi adversaria, contra todo pronóstico la aludida no se quedó atrás e hizo aparecer sus alas también, aleteamos más rápido de lo que había imaginado alguna vez que se podía hacer. Íbamos a la par, muy cerca, sentí que el cuerpo no me daría para más, pero no me dejaría vencer por ella, ¡jamás! Respiré con fuerza y seguí adelante motivada por el gran odio que le tengo.
Llegamos a la meta juntas, no hubo ganadora. Ambas, jadeantes, terminamos tiradas en el suelo. Mis alas regresaron a su lugar al igual que las de Tatiana. Apenas podía respirar.
—¿Quién era la lenta?— le dije intentando hablar sin que se me notara lo agitada que estaba.
Alonzo y el maestro aparecieron a nuestras espaldas.
 —¡Señoritas! ¡Han transgredido la mayor norma de la escuela! ¿Oliveira en qué estabas pensando?— gritó el profesor poniéndose rojo del coraje.
—¿Va a gritarme sólo a mí?— pregunté desafiante.
—La señorita Avendaño sólo cayó en tu juego, ¡Tu iniciaste esto!— agregó.
Tatiana sonrió complacida con la actitud del maestro, era de esperarse que defendiera a una sangre pura. Alonzo se acercó al lugar y le tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie, yo tuve que hacerlo por mi cuenta.
Tanto alboroto a trajo a los alumnos, varios curiosos se reunieron a nuestro alrededor.
—¿Por qué mejor no me dice que va a castigarme por ser plebeya? ¡Estoy harta de los privilegios de los sangre pura en esta escuela!— grité al fin.
Los presentes emitieron un gemido de asombro y luego enmudecieron.
—¡Oliveira ve a la dirección!— ordenó el maestro más hinchado de furia que al inicio.
—¡Iré a donde se me dé la gana!— respondí  antes de expandir nuevamente mis alas.
Me abrí paso entre la multitud, eché a correr hasta perderme entre los arbustos de la parte trasera de la escuela. Cuando al fin me alejé de todos, sobrepasé a todo vuelo los muros traseros de la escuela, afortunadamente no había nadie más ahí, ni guardias, ni nada que me detuviera, salí de la escuela sin impedimentos.
Divisé a lo lejos las torres de Whitemount, se veía imponente, misteriosa. Las preguntas sobre las cosas en esa escuela volvieron a mí. Sería un suicidio, pero encontraría  la forma de entrar a Whitemount y echar un vistazo.


Continúa en el capítulo 3! pincha aquí para leerlo!

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