DESENGAÑO
Las luces de la enfermería parpadeaban ante mis ojos.
Incapaz de hacer algo más, las miraba
fijamente. Había terminado ahí, tumbada en la camilla cubierta con una
manta de lana luego de pasar días sin ganas de probar alimento. Me sentía débil
pero no me importaba del todo.
Pasaron dos semanas en las que no recibí ni una sola
novedad de Carsten, lo extrañaba muchísimo, no había aparecido en mis sueños ni
me había enviado un texto ¿Qué le había pasado? Y para el colmo de males, el
castigo aún me duraba.
No probé bocado desde la tarde del miércoles, tarde en
la que había intentado de mil modos ubicar a Carsten. Lo llamé al móvil, estaba apagado, lo invoqué
dentro de mis sueños y nada. Aquella tarde lloré como nunca antes lo había
hecho.
Luego de tres días más de agonía, la prefecta Carmen y
mis amigos decidieron traerme a la enfermería en contra de mi voluntad.
Tenía puesta
una larga manguera quirúrgica conectada a una bolsa de suero.
Todos se habían ido, una figura espectral empezó a
materializarse frente a mis ojos.
—Alonzo— susurré
—¿Cómo sigues?— preguntó
—No lo sé—
—Conseguí algo que te hará sentir mejor— dijo
Abrí los ojos con esfuerzo.
—Logré que te quitaran el castigo. Mañana sí estás
bien, podrás ir a donde quieras— dijo
Sus palabras fueron una inyección de adrenalina. Me
senté de golpe en la camilla.
—¿En serio?— pregunté incrédula y emocionada
Alonzo me acomodó de vuelta en la camilla.
—Sí en serio, anímate. Mañana todo estará bien— dijo
sin emoción en la voz
Sonreí.
—Gracias, no sé cómo puedes hacer todo esto por mí—
dije
—La verdad yo tampoco lo sé— dijo con una media sonrisa.—Me
quedaré aquí hasta que te duermas— agregó
Mis ojos se cerraron no podía esperar más para ver a
Carsten.
La mañana del domingo empezó.
Me estiré en la
camilla y luego me puse de pie. La enfermera se sorprendió al verme tan bien.
—Samantha, ¿te sientes mejor?— preguntó
—¡Si, mejor que
nunca! ¡Quíteme ya el suero por favor!— dije
Así lo hizo y se tomó un buen rato revisando mis
signos vitales.
—Bueno, parece que puedes irte— dijo.
—¡Gracias!— grité
mientras salía de la enfermería precipitadamente.
Mi paso por los pasillos causó la intriga y sorpresa de todos los que
me creyeron moribunda. Anthony estaba en uno de los pasillos con un libro entre
las manos, me miró, como siempre melancólico, pero no soltó ni media palabra.
Estaba a punto ir a Blackmount para encontrarme con Carsten y le debía todo a Alonzo. Pero no
era momento indicado para sentirse culpable, sólo quería ver a mi príncipe y
saber que todo estaba bien entre nosotros.
Atravesé la puerta principal vigilada por los
guardias, no me pidieron ningún
papelucho de salida, al parecer estaban informados de todo.
Al llegar al borde del río, decidí no usar las alas para no captar la
atención de los demonios. Caminé y caminé como mejor pude por las rocas, crucé
el río y entré por la parte trasera de Whitemount. Llegué cerca de la piscina,
me escondí tras unos arbustos.
Pero la escena que vi a continuación casi me provoca
un paro cardiaco.
Carsten estaba ahí, besando a otra chica, era la
morena del grupo de chicas que vimos la primera vez, la tal Serena.
Mi corazón se partió en mil pedazos. Sentí mi alma
escapar del cuerpo. ¡Soy tan estúpida!
Un par de manos poderosas me tomaron por los hombros
con brusquedad, era Eric.
—Ya viste lo suficiente como para darte por vencida—
Dijo mientras me alejaba de los arbustos
No podía reaccionar.
—¿Necesitas dinero? Aquí lo tienes, pero ya desaparee
de la vida de Carsten— dijo alcanzándome dos gruesos atados de billetes.
Tomé el dinero y se lo tiré por la cara. Eric se limitó
a esquivarlo.
Me tomó por los brazos con brusquedad.
—¡Debes irte ahora!—
ordenó con voz seria.
Intenté empujarle y deshacerme de sus manos, tuve la
idea de acercarme a Carsten en ese instante y encararlo.
Pero Eric me jugó sucio y terminó empujándome al
vacío.
Ni el golpe al tocar el fondo
del río sería tan fuerte como el dolor en mi alma.
Continúa en el capítulo 14! pincha aquí para leerlo!
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