sábado, 24 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 11

EL GRAN DÍA

La mañana del sábado llegó. Despertamos tan perezosas como siempre, con la diferencia que mis amigas estaban emocionadísimas con el almuerzo en la casa Moretti. 
Patty se puso un vestido negro drapeado muy elegante, se veía mayor, aquella tela tan ligera destacaba su silueta haciéndola ver preciosa.
—Ponte  esto— me dijo  Gaby tendiéndome un vestido celeste claro de cinturón ancho y volantes, la parte de atrás era larga y la delantera corta, muy bonito.
—Gracias Gaby— susurré, le di un abrazo cariñoso de agradecimiento.
Me puse el vestido, Gaby y yo somos de la misma talla felizmente, también me prestó sus zapatos de tacón favoritos, rogaba por no caerme de un momento a otro, no estoy acostumbrada a los tacones, me resultan demasiado incómodos además rogaba por no estropearlos si no Gaby me mataría.
Ella se puso un vestido rosado muy sexy, lleno de brillos y pedrería, llamativo, típico de ella.
El plan estaba listo, Patty se encargaría de ocultar la bolsa con el vestido para el baile, Gaby me ayudaría a maquillarme, me cambiaría de ropa en casa de los Moretti para luego dirigirme a Whitemount.
—Te ves hermosa— dijo Alonzo al verme llegar a la entrada de la escuela.
—Gracias— dije, quise devolverle el cumplido pero no sé por qué me quedé muda. 
El lujoso Jaguar de cuatro puertas enviado por sus padres llegó al estacionamiento de la escuela. Patty, Marco Arturo, Juanes, Gaby y yo abordamos en los asientos traseros, Alonzo se sentó en frente al lado del chofer.
El camino se me hizo largo, no crucé palabra con ninguno de los presentes, estaba sumida en mis pensamientos, me di cuenta que Alonzo me espiaba a través del espejo retrovisor de su lado, disimulé.
Al llegar a la mansión de los Moretti, las cosas cambiaron bastante. El almuerzo era una reunión algo más grande de lo que había imaginado. El jardín trasero estaba completamente decorado y repleto de gente elegante, al menos gracias a Gaby no me sentiría una facha. 
Alonzo se acercó a mí y susurró.
—Tienes que controlarte, la mayoría de los invitados son humanos— me dijo.
—No te preocupes, me mantendré concentrada— aseguré.
Los más jóvenes se quedaron mirándonos a mis amigas y a mí,  intentaron acercarse pero nuestros acompañantes no dudaron en alejarnos de ellos al instante.
La casa de los Moretti es enorme, había venido aquí varias veces hace muchos años atrás, cuando recién conocí a Alonzo.
Uno de los asesores de Blackmount era el encargado de llevar a la ciudad y pasear en auto a los pequeños ángeles sin padres de la escuela. Yo tenía aproximadamente diez años, iba en el asiento trasero con el ceño fruncido, el director Dalton me había obligado a salir de Blackmount y no me sentía a gusto paseando con un extraño por la ciudad. Cuando de pronto mi asesor detuvo el auto.
—¿Qué pasa?—  pregunté.
—Recogeremos a un nuevo alumno— dijo.
¡Maravilla! Lo que faltaba para terminar de arruinar mi día. Juré odiar de por vida al intruso que subiría al auto dentro de unos minutos.
La puerta de la mansión se abrió,  de ella salió un lindo niño de cabellos castaños  con una enorme sonrisa resplandeciente. El asesor abrió la puerta del auto y el pequeño subió, me sonrió y con voz chillona dijo: "¡Hola, soy Alonzo! ¿Y tú?
Recuerdo que me quedé mirándolo sin decir nada por un largo lapso de tiempo, hasta que el auto partió y me golpeé fuertemente la cabeza contra el asiento delantero. Alonzo rio y acarició mi cabeza, "Yo voy a cuidarte a partir de hoy" dijo. Y así lo hizo.
Decidí cambiar las horas de paseo por la ciudad por horas de juego en la casa de Alonzo. Jugábamos a la guerrita, a pedido de él y a la hora del té a pedido mío. Era divertido vestir a Alonzo con un sombrero de copa y un abrigo de cola que le doblaba en tamaño, sentarlo a la mesa rodeado de muñecos de trapo y tacitas de porcelana fue el placer más grande de mi niñez.  Y aunque le disgustaba la idea, Alonzo siempre sonreía sosteniendo su taza de té.
Pero cuando crecimos las cosas cambiaron, ya no era suficiente tomar el té en el patio trasero de la mansión. Alonzo conoció a Alain, Marco Arturo y luego a Juanes, con quienes se hizo inseparable. Las exigencias de sus padres comenzaron a pesar sobre él, se la pasaba estudiando para tener las mejores calificaciones y poco a poco se fue aislando. Se alejó de mí, creando su mágico y propio mundo en Blackmount en el cual yo no encajaba para nada. Y así, poco a poco las tazas de té compartidas fueron menos, hasta quedar en el olvido.

La celebración pasó de lo más normal hasta que llegó la hora del almuerzo. Alonzo me llevó con el a la mesa destinada a su familia, saludé cordialmente a sus padres y tomé asiento al lado de su mamá, la señora Nora Moretti.
El almuerzo fue un delicioso asado de pavo con verduras, disfruté del platillo aunque tenía miedo de usar de forma incorrecta los utensilios y hacer algo que vaya contra las normas de etiqueta.
Los mayores hablaban de cosas referidas a los negocios de la familia, Alonzo participaba a veces con opiniones muy certeras sobre finanzas y economía, yo me mantenía al margen del asunto no quería decir algo que terminara avergonzándolo.
Mi móvil vibró dentro del pequeño bolso que me prestó Patty, lo abrí, tomé el móvil disimuladamente y encontré un mensaje de Carsten.
"Aléjate del grupo"
—Discúlpenme un momento por favor— dije antes de retirarme de la mesa.
Alonzo me miró intrigado.
Me dirigí a un área alejada de ellos, la piscina de la mansión, era la única zona en la que no había nadie. Casi de inmediato recibí una llamada de Carsten.
—¿Hola?
—Sam, ¿Cómo estás?
—Bien, ¿Cómo sabías que estaba rodeada de gente?
—Pude entrar en tu cuerpo sólo por un instante para no cansarte. Por cierto, ese vestido te queda demasiado bien.
—Gracias—  dije sonrojándome al límite.
—Una limosina pasará a recogerte a las cuatro para traerte a Whitemount ¿Estás de acuerdo?
—Claro, pero ¿Sabes dónde estoy? 

—Tengo tus coordenadas exactas— dijo.

Intuí que en ese momento una sonrisa malévola se apoderaba de su rostro, demasiado sexy para mi imaginación.
—Está bien, nos vemos— dije y corté la llamada.
Me fijé en la hora.  Eran las tres y media, tenía treinta minutos para cambiarme de ropa y salir de la mansión de los Moretti.  Debería buscar a Patty y a Gaby para que me ayudaran.
Caminé alrededor de la piscina, logré distinguir algo rojizo entre los arbustos coposos, me quedé helada al ver a Patty intercambiando saliva con  Marco Arturo.
—No se preocupen yo, ya me iba— dije a la vez que cogía la bolsa con el vestido para la mascarada que estaba al costado de Patty, enseguida hui del lugar, el par de chicos parecieron no notar mi presencia, estaban muy concentrados en lo suyo.
Caminé entre la gente para buscar a Gaby, pero ella estaba demasiado entusiasmada conversando con Juanes, no podía arruinar su momento. Tendría que hacerlo sola.
Traté de pasar desapercibida. Entré a la cocina de los Moretti, debía procurar no toparme con nadie, caminé sigilosamente entre los pasillos hasta llegar a los servicios de la primera planta, entré y cerré la puerta con pestillo a mis espaldas, me quité el traje de Gaby tan rápido como pude y  me puse el elegante vestido que me compró Carsten.  Tuve ciertos problemas con el corsé de la espalda pero al final logré ajustarlo. Tomé el maquillaje de Gaby que estaba dentro de la bolsa del vestido, no sabía mucho de estas cosas así que me limité a contornear la línea de las pestañas con un lápiz delineador oscuro para luego aplicarme un poco de brillo en los labios. El problema era el peinado, no sabía que hacerle a mis rizos inmanejables. Afortunadamente encontré una botella de fijador dentro de un gabinete de la derecha.
Mientras me miraba de pies a cabeza en el enorme espejo, por única vez en mi vida no me sentí mal por no tener a mis padres conmigo, de haberlo estado  yo no me encontraría en esta situación: arreglándome para ir a un baile, en Whitemount, con un guapísimo demonio. 
Logré hacer un moño que parecía elegante con algunos mechones sueltos alrededor de mi rostro, probé cómo se vería todo con el antifaz puesto, quedaba de maravilla y combinaba con el rosario de Carsten.
Solté una pequeña risita de gusto y decidí ver el modo de salir de la mansión. Guardé el antifaz en la bolsa, por suerte las criadas estaban muy ocupadas en atender a los invitados como para fijarse quién estaba en la zona familiar de la mansión. Logré escapar de la fiesta sin ser vista.
Cerca de la entrada de la mansión me esperaba una lujosa limosina Lincoln negra. Me acerqué de inmediato, la puerta se abrió por sí sola, subí a bordo, la cerré  a mis espaldas con delicadeza.
Dentro de la limosina encontré una bandejita sobre un asiento frente a mí, en ella había distintos licores servidos en copas de cristal. Mi móvil vibró, era un nuevo mensaje de Carsten.
"Bebe lo que más te guste"
Decidí no probar ninguno, tenía que mantenerme concentrada para no darme a notar con los estudiantes de Whitemount. La limosina partió. Mi corazón latía a mil por hora, ya quería ver a Carsten pero a la vez tenía miedo de que algo malo pudiera pasarme, al menos estaría cerca de él y me protegería usando alguno de sus sorprendentes poderes.
Luego del largo trayecto a través de Blast Ville, el chofer detuvo la limosina. Miré a través del cristal, me encontraba en la puerta principal de Whitemount, eran las seis.
La escuela se veía imponente, estaba completamente iluminada por farolas, todo se veía romántico, hermoso, parecía producto de un sueño. Me puse el antifaz, bajé de la limosina y caminé hacia la entrada sin dejar de maravillarme con la decoración.
Carsten estaba esperándome en la puerta, mi corazón palpitaba con fuerza a punto de salírseme del pecho con sólo verlo. Él se veía más hermoso que nunca, llevaba puesto un elegante esmoquin negro con una pajarita en el mismo tono, camisa blanca elegante y un antifaz que me recordaba al fantasma de la ópera. Su brillante cabello estaba ligeramente despeinado igual que siempre con algunos mechones rodeando su rostro.
Tomó mi mano y la besó en gesto solemne.
—Te ves hermosa, como una princesa— dijo.
Sonreí ampliamente.
—Tú también te ves muy lindo, deberías vestirte elegante más a seguido—  dije.
Sonrió también en respuesta a mi cumplido.
La primera sala, que en realidad era el recibidor,  se había convertido en un salón de baile lleno de decoraciones llamativas, la armadura que ocupaba la dirección había sido puesta en la puerta, decenas de telas de colores rojo y gris colgaban de los balcones hasta el piso del primer nivel, una orquesta sinfónica estaba en el balcón de la segunda planta tocando una pieza perfecta para la ocasión. Carsten me llevó a la pista de baile, colocó sus manos en la posición correcta para bailar, comenzamos a movernos lentamente al compás de la música.
—Pensé que jamás podría compartir este baile contigo— dijo.
—Aún tengo miedo. Pero si estás a mi lado abrazándome muy fuerte puedo sentirme protegida— dije.
Ignorando las "reglas de baile" Carsten me tomó entre sus brazos y empezamos a bailar muy juntos. Apoyó el mentón sobre mi cabeza.
—¿Qué tal ahora?— preguntó.
—Mucho mejor.
Sentía su aliento sobre mi cabello, sobre mi piel. Me volvía loca el sólo hecho de estar tan cerca de él. Todo parecía un sueño mágico del que no quería despertar jamás.
Terminadas unas tres piezas musicales, me llevó hacia el patio de la escuela que estaba poco iluminado y desolado.
Carsten se quedó mirándome fijamente bajo la luz de la luna llena. Podría quedarme así toda la noche, no me importaba siempre y cuando tuviera frente a mí su hermoso rostro y sus ojos mirándome sólo a mí.
—Sam,  eres él ángel más hermoso de la tierra— dijo.
—No lo creo, estás exagerando— dije sonrojándome al límite.
—No, no exagero. Es más, eres la más hermosa de todo el universo, no creo que exista alguien igual a ti— agregó.
Rocé su rostro con mis manos mientras me acercaba, le quité el antifaz y lo dejé sobre una mesita del lugar. Carsten me abrazó de inmediato. Sentí toda su fuerza aprisionando mi cuerpo como si no pensara soltarme jamás. Enlazó sus manos en mi espalda mientras se acercaba a mí para besarme. No pude evitar lo que vino después. Sus labios volvieron a moverse sin control sobre los míos, iba a desconcentrarme por completo, ¡mis alas estaban a punto de salir! Detuve el beso con brusquedad. Carsten se quedó mirándome confuso.
—Lo lamento, aquí no. Tú sabes lo que me pasa cuando me besas así — dije.
Se mordió el labio inferior intentando controlarse.
—Ven conmigo— dijo. Tomó el antifaz de la mesa y me llevó por los pasillos poco iluminados por la tenue luz de las farolas rústicas colgadas en las paredes.
Llegamos a su habitación. Abrió la puerta, entramos. Tenía mucha inquietud. ¿Qué pasaría ahora?
Carsten me tomó entre sus brazos con delicadeza mientras me miraba y sonreía, me quitó el antifaz, lo dejó junto al suyo sobre su cama.
— ¿Qué piensas hacer?—pregunté con una gran sonrisa cargada de nerviosismo.
Carsten empezó a recorrer mi cuello con sus labios, un agradable hormigueo recorrió todo mi cuerpo.
—Voy a demostrarte que te amo— dijo a la vez que se precipitaba sobre mí para besarme con mucha pasión mientras sus dedos desataban lentamente el corsé del vestido. Sentía mi cuerpo derretirse entre sus manos, mi espalda se arqueó hacia atrás, el éxtasis era incontrolable. No quería que se detenga.
La puerta se abrió de sopetón y todo acabó bruscamente.
—¿Eric?—pregunté al ver al intruso.
Él venía acompañado de una chica con máscara estilo japonés,  a pesar de ello la diferencié al instante, era una humana ¿Qué hacía aquí?
—Creo que es hora de irme — dije mientras acomodaba mi vestido y alzaba mi antifaz de donde lo dejó Carsten.
Él miró a Eric y a su acompañante con odio. Salí al pasillo, Carsten  me siguió a toda prisa. Amarré nuevamente el antifaz a mi cabeza.
—Lo lamento— dijo Carsten.
—¿Por qué te disculpas?
—Por lo de hace unos instantes…
Lo miré intrigada.
—Me dejé llevar...— agregó.
Para ser sinceros no esperaba que se arrepintiera. 
—¿Entonces no me amas?— pregunté confusa, entristecida y sintiéndome ridícula. 
—¡No me refiero a eso! Si no lo que vino después, creo que voy muy rápido. En serio no haría algo que tu no quieras. No quise propasarme.
Cambié de tema por el bien de los dos.
—Creo que debo volver a Blackmount— dije mientras daba media vuelta.
Carsten  me detuvo tomándome del brazo.
—Por favor, no me dejes— me dijo.
Me volví en su dirección lentamente.
—No quiero dejarte pero, debo volver.  
—Concédeme el último baile— pidió, sus ojos grises brillaban tenuemente como si estuvieran a punto de apagarse.
Sonreí y acepté la oferta.
Caminamos en dirección a la pista de baile, otra melodía lenta sonaba en cada rincón. Nos mezclamos entre la gente, Carsten me abrazó con tanta ternura como hace unos instantes.
—Entonces… ¿También lo sientes?— preguntó.
—¿De qué hablas?
—Dije que te amo.
—Me tomaste por sorpresa, creo que es muy pronto, pero… ¡también te amo! Desde el primer día en que te vi no pude dejar de pensar en ti, siempre estás ahí en mi mente, haz puesto mi vida al revés pero toda esa confusión me gusta, me llena de energía— dije.
Me estrechó fuertemente contra su pecho, enlacé mis manos sobre su espalda.
—Te amo con todo mi corazón, nunca había sentido algo así por nadie. Nunca me había enamorado— dijo.
Lo miré extrañada.
—Apenas te vi a los ojos supe que eras la indicada— agregó.
—Carsten. Nuestro amor es prohibido, tu eres un demonio yo soy un ángel. No sé cuán lejos logremos llegar ocultando esto a los demás— le dije.
—Llegaremos hasta donde queramos, y yo quiero la eternidad a tu lado— susurró.
—Te amo— dije mientras mi corazón latía con fuerza.
Me sentí viva, viva de verdad al escuchar aquellas palabras. Carsten me ama y no dudaba ni un segundo que yo también quería una eternidad a su lado.
—Sam, ¿Quieres ser mi novia? — preguntó.
No imaginé que esto sucedería, no ahora, ¡Es imposible! ¡Debo estar soñando!
—Estoy dispuesto a correr cualquier tipo de riesgo por ti, si aceptas, claro— me dijo.
—¡Carsten, claro que quiero ser tu novia! No importa lo que suceda, estoy dispuesta a luchar por ti.
Me dio un cálido beso en la frente.
—Juro que nunca voy a decepcionarte, nunca te haré daño, te protegeré con mi vida si es necesario— me dijo en un tierno susurro.
—Gracias, prometo que seré todo lo que necesitas, siempre estaré para ti, cuidaré de ti siempre— le dije.
Las campanadas de media noche empezaron a sonar.
—Es hora de que esta cenicienta regrese al calabozo—  dije deshaciéndome de su abrazo con suavidad.
—No quiero soltarte, me duele demasiado cuando estás lejos de mí, quiero entrar en tu  mente, verte de algún modo, quiero hallar una forma para no tener que despedirme de ti nunca— dijo.
Silencié sus labios con mi dedo índice.
—Te lo prometo, encontraremos un modo de vernos seguido, ahora bésame antes que me vaya.
No se hizo esperar, sus labios volvieron a unirse a los míos, esta vez con delicadeza y ternura. Tal parece que Carsten se estaba controlando para no hacerme perder la cabeza y soltar mis alas frente a todos. Terminado el beso me tomó de la mano y me acompañó hasta la puerta de Whitemount donde me esperaba nuevamente la limosina.
—Ha sido una noche increíble — dije mientras le sonreía.
—Ni que decirse— agregó él respondiendo a mi sonrisa.
Me abrazó nuevamente, retiró el antifaz. Enlacé mis manos sobre su delgado y fino cuello.
—Habrán otros bailes y otras actividades donde podamos vernos, te lo aseguro— agregó.
Sonreí. 
—Esto es tuyo— dije quitándome el rosario del cuello.
Lo tomó entre sus manos.
—Cumpliste tu promesa, pero lo mejor de todo es que pude pasar este momento contigo y decirte lo mucho que te amo— me dijo.
Lo abracé con todas mis fuerzas antes de retirarme.
— No olvides  que yo también te amo— le dije.
—Lo sé, y es increíble.
Subí a la limosina. Carsten cerró la puerta a mis espaldas. Le envié un beso volado a través del cristal. Sonrió con ganas.
Vi una silueta negra moverse rápidamente tras de él. Parpadeé, debería de ser efecto del cansancio, no había nadie ahí.
La limosina partió de regreso a mi escuela. Me cambié como mejor pude. Rogaba porque el chofer no volteara a verme, a decir verdad no le había visto el rostro a lo largo de la noche.
No podía quitarme el delicioso sabor de los besos de Carsten, con sólo recordar el momento en que nos besamos en su habitación mi cuerpo se estremeció. ¿Qué habíamos estado a punto de hacer? ¡Dios mío! Pero por una extraña razón, pensar que Carsten sería quien esté junto a mí en ese momento me hacía sentir calmada y creaba millones de preguntas en mi mente. Sacudí la cabeza para reaccionar. Terminé de doblar el vestido de fiesta dentro de la bolsa, la limo' se detuvo, supe que habíamos llegado. Agradecí en voz alta al chofer y bajé del vehículo con todas mis pertenencias. Me acerqué a la ventanilla del conductor para poder ver su rostro, pero partió a toda velocidad.
—No hay dudas, limosina fantasma— dije bromeando en voz alta. 
Con una gran sonrisa me dirigí a la puerta de entrada. Llamé a esta una sola vez, la presencia de la prefecta no se hizo esperar.
—Oliveira, ¿éstas son horas de llegar?— preguntó enojada.
—¡Relájese Miss Carmen!— dije frescamente.
—De no ser porque Moretti pidió permiso para tu salida yo te tendría atada a tu cama—  dijo mientras daba media vuelta para hacerme entrar tras ella.
Respiré hondo al recordar que fue gracias a Alonzo que logré ir al baile, ¡Si supiera! Me odiaría el resto de su vida y con motivos suficientes. 

Continúa en el capítulo 12! pincha aquí para leerlo!

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