DEMENCIA
TEMPORAL
Estaba a punto de golpear contra las rocas del río. Mi
cuerpo atraído por la gravedad impactaría sin duda alguna contra el suelo, este
era mi final. Pero una fuerza superior a
todo me contuvo a milímetros de recibir el golpe.
Abrí los ojos para ver de quien se trataba. Alonzo me
miraba preocupado. Pero mis ojos se perdieron en la blancura de sus alas.
—¿Lo hiciste por mí?— pregunté
Entrecerró los ojos. Me ayudó a ponerme de pie sobre
tierra firme y me abrazó.
Me aferré a él con fuerza, no pude evitar llorar.
—Anda, llora todo lo que quieras, yo voy a consolarte—
dijo a mi oído
Estaba demasiado confundida para ordenar mis pensamientos. Pero es cierto que
Alonzo de alguna forma sabía de mi situación con Carsten y al parecer no le
molestaba, estaba dispuesto a consolarme.
Cuando reaccioné por completo, estábamos en las
afueras de Blackmount, Alonzo había destrozado su chaqueta de cuero favorita al
abrirle paso a sus alas para salvarme.
Me sentí culpable.
—Alonzo tú ¿Lo sabes?— pregunté casi en un susurro
Plantó su mirada severa en mis ojos.
—Lo supe desde un principio—
Totalmente avergonzada desvié la mirada hacia otra parte.
¿Cómo era posible que Alonzo lo supiera? ¿Quién se lo contó?
—Entonces ¿Qué piensas de eso?— pregunté
Se mordió el labio inferior, al parecer con furia.
—Dejemos el tema ahí por ahora, sólo quiero que te
sientas bien — dijo echando a andar
hacia la escuela.
Lo seguí cabizbaja.
Una vez dentro de Blackmount decidí refugiarme en la
casa club. No quería que los demás me
vieran o me escucharan llorar.
Alonzo quiso entrar a consolarme, pero no se lo
permití. Cerré las puertas y ventanas
del lugar. Ni un haz de luz se filtraba, estaba en la más profunda oscuridad,
tumbada sobre la alfombra de piel de la estancia.
¿Por qué Carsten había hecho eso? ¿Había estado
jugando conmigo siempre? Parecía sincero, o al menos eso yo creía. ¿Cómo pude
ser tan tonta como para enamorarme de él
en un abrir y cerrar de ojos?
No podía aceptar lo que estaba pasando. Las lágrimas
recorrieron mi rostro una y otra vez. Cada vez más calientes, más amargas,
llenas de decepción, de furia.
Me quedé dormida y desperté al parecer a medianoche.
Caminé en medio de la oscuridad. Estaba débil, tal vez
por no comer nada en todo el día y por haber llorado tanto. Abrí la puerta de
la casa del árbol. El frío viento me hizo temblar.
Mi mirada encontró a Alonzo sentado en la gradita de
la entrada.
No se volvió para mirarme, aunque bien sabía que lo
estaba observando.
—¿Te quedaste ahí todo el tiempo?— pregunté
—Aunque quiera no puedo separarme de ti—
Sus palabras salieron con amargura, como si no le
gustara la idea.
—¿Y por qué no puedes?— interrogué
Volteó la cabeza en mi dirección, me miró con sus
grandes ojos cafés.
—Porque yo te amo— dijo a secas
Se produjo un silencio inquebrantable en medio de la
noche. Sólo podía oírse el ligero silbido del viento rozando las copas de los
árboles.
Aquellas palabras que había esperado oír alguna vez
salieron de pronto, confundiéndome pero a la vez haciéndome sentir mejor.
Alonzo se puso de pie. Di dos pasos en su dirección,
pero él ya se había acercado precipitadamente.
Me tomó entre sus brazos con mucha fuerza. Me miró
fijamente y me besó.
Fue un beso cálido, tierno, sin ningún punto de
comparación con los besos apasionados de Carsten.
Sentí como si curara todas las heridas de mi interior,
como si sus besos pudieran sanarme. ¿Sería que Alonzo es la solución a mi
dolor?
Por increíble que pareciera todo era real. Los
acontecimientos me mantenían en un estado de incredulidad. Este era un mal
sueño, una broma de mi mente, en algún momento iba a reaccionar.
Alonzo dejó de besarme, se alejó un poco de mí.
—No hay necesidad de que me digas lo que piensas,
puedo leer tu mente— dijo
Me quedé helada.
Entonces Alonzo ¡Siempre supo que estaba enamorada de
él!, no pude evitar sonrojarme un poco.
—¿Por qué nunca dijiste nada?— pregunté temerosa
—Porque no quería arruinarlo. Esperaba el momento
preciso, hasta que apareció el "hijo de Satanás", el tal Carsten entre nosotros. Estuviste a
punto de desfallecer por su maldita necesidad de verte en tus sueños y no puedo
creer que fueras al baile con él arriesgando tu vida—
Alonzo estaba hinchado de ira.
—Es que acaso ¿Tú tienes más poderes de los que pensé?
es posible que seas un arcángel— dije
desviando totalmente el tema central
Miró al suelo. Sin decir una palabra.
—Sam, es hora de que vayas a dormir, ya no puedes
faltar a clases— dijo dando media vuelta, luego bajó las escalerillas de la
casa club.
Esperé unos minutos hasta que entrara en la escuela,
luego bajé y me senté al borde de la piscina. Podía ver el reflejo de la luna
en el agua, las estrellas, pero todo me resultaba inútil para intentar animarme.
Carsten. El chico de los ojos grises misteriosos no
había sido mío nunca y tampoco lo sería jamás. Todo era una maldita mentira.
Asqueroso y repugnante demonio, ¡Cómo pude fiarme de ti!
Pasé el resto de la semana en el mismo estado de
depresión, dejando que las cosas pasaran alrededor mío. Me limité a no hablar
más de lo estrictamente necesario. Sí, no, tal vez, eran las únicas palabras
usadas en mi nuevo vocabulario. Patty y Gaby estaban preocupadas, pero a la vez
se mantenían al margen del asunto. Las noches se me hacían largas, las pasaba
sentada en el mismo lugar al lado de la piscina observando el reflejo de la
luna mientras cuestionaba mi existencia.
Mi cuerpo actuaba por sí solo. Me puse de pie,
dispuesta a irme a mi habitación.
—No sabes cuánto me destroza verte en ese estado— dijo
a mis espaldas una voz hermosa y
familiar.
Incrédula me volví en su dirección lentamente temiendo
que mi mente me jugara una broma.
La persona, que estaba oculta en la oscuridad de los
arbustos, caminó elegantemente hacia mí. Cuando al fin pude divisar del todo su
esbelta figura, no supe qué hacer.
—Carsten— susurré sorprendida
Su mirada se posó sobre la mía. Mantenía las manos
guardadas en los bolsillos de su chaqueta negra.
—¿Qué haces aquí?— pregunté con enojo en la voz
—Yo…—
—¿Es que acaso no te cansas de burlarte de mí?— dije
antes de dar media vuelta para irme.
Tomó mi brazo deteniendo mi andar.
—Samantha, yo nunca quise lastimarte. Créeme lo que
siento por ti es sincero— dijo
Empecé a mirarlo con seriedad.
—Si dices que es sincero ¿por qué te vi besando a Serena?—
Soltó un suspiro.
—Serena no es nada para mí. Ella descubrió lo nuestro
y me obligó a ser su novio para guardar nuestro secreto. Sam, ¿No entiendes que
a la única a la que amo es a ti?—
—Mientes—
—Claro que no— dijo apretando mi brazo con fuerza.
—Entonces ¿Por qué no me dijiste nada? Podías
responder mis llamadas o entrar en mis sueños— dije
—Serena era muy hábil. Me tenía controlado al
milímetro, ¡Entiende Sam! Cualquier movimiento en falso pudo ser fatal.
Tuve que hacerlo por nosotros—
Soltó mi brazo.
—Espera, dices que "era" ¿Dónde está Serena?—
Se volteó para ocultar su rostro.
—Tuve que deshacerme de ella— dijo a secas
—¡La mataste!— chillé desesperada e incrédula
—¡Era necesario para estar a tu lado! Me costó mucho,
pero ahora estoy aquí. Al fin puedo verte y lamento que hayas tenido que pasar
por todo esto—
Logré mirar bien su pecho, su cuello, estaban llenos
de salpicaduras de sangre, arañazos, moretones
y heridas, su camiseta tenía manchas de sangre.
—Dios mío, Carsten, ¡Estás herido!— dije mientras me
lanzaba a él para abrazarlo.
Respondió a mi abrazo con dificultad, al parecer
sentía mucho dolor.
—Y todo es por mi culpa— susurré
Me besó en la frente.
—No, no es tu culpa—
—Ven conmigo— le dije mientras lo tomaba de la mano
para conducirlo a la casa de los Ankh.
Una vez ahí dentro, cerré todo muy bien. Encendí una
tenue luz para no llamar la atención de la prefecta y busqué lo necesario para
curar a Carsten.
Le quité lentamente la chaqueta y la camiseta. Su
perfecto cuerpo estaba más maltratado de lo que imaginaba.
Encontré un botiquín de primeros auxilios. Humedecí un
trozo de algodón con alcohol, lo pasé por los arañazos de su pecho. Apretó los
parpados en señal de dolor.
—Sabes que van a matarte cuando se enteren que estuve
aquí— dijo
—No importa, sólo quiero que estés bien— respondí
mientras continuaba limpiando sus heridas.
Por más dolor que pudo haber sentido Carsten no se
quejó. Sus heridas empezaron a cerrarse.
Acaricié su cabeza.
—Eres un buen chico, muy valiente— dije
Me tomó entre sus brazos con brusquedad mientras me
besaba apasionadamente apretándome contra su pecho desnudo. Me quitó la
chaqueta, enseguida mis alas brotaron de golpe.
—No sabes la falta que me hacían tus besos— dijo
mientras recorría mi cuello con sus labios.
Suspiré y me aferré con fuerza a su espalda.
Carsten continuó quitándome la ropa. Logró deshacerse
de mi camiseta que ya estaba semi rota por la salida intempestiva de mis alas. Los
besos siguieron y siguieron mientras la pasión se encendía más y más entre
nosotros. Imaginaba lo que iba a pasar después pero no me preocupaba, los
ángeles y demonios adolescentes no pueden reproducirse hasta cierta edad en la
que completan su desarrollo físico y
aprendizaje. Aun así las relaciones íntimas eran un tema tabú. Era algo
mal visto y en este caso mucho peor, entregarse a un demonio.
Carsten me
llevó hacia la alfombra de piel de la casa club cargada en sus brazos. Sus
ágiles manos se deshacían del resto de mi ropa y yo me las ingeniaba para
desatar la correa de sus jeans raídos. Sus alas, negras e imponentes, salieron
también de su espalda. Sus manos recorrían libremente mi cuerpo, sentí un
placer incontenible. Mis dedos se enredaron entre su larga y suave cabellera,
mientras el me besaba cada vez con más y más pasión con la respiración
entrecortada, jadeante.
Todo era perfecto, no quería que ese momento terminara
jamás, sólo quería entregarme a él por completo...
Y así sucedió. Mi primera vez, para siempre, con
Carsten…
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