Fireworks
Carsten.
Es otra vez “esa” fecha del año.
La ciudad está cubierta de nieve casi en su totalidad, los copos caen
libremente invadiendo cada espacio. Las vitrinas, los escaparates, todo lleno
de imágenes alusivas a la fecha, regalos, decoración, renos, y el infaltable
viejo barrigón vestido de rojo y blanco sonriendo casi hipócritamente a cada
persona que pasa por la calle.
Mis ojos observan a la gente a mí
alrededor y mi mente escucha el ligero susurro de sus pensamientos. Consumista,
niño tonto, mujer desesperada por la cena de esta noche, etc. ¿Por qué todo
tiene que ser tan extraño por un día al año?.
Estoy de mal humor, y creo que se
nota, varias personas me han visto a los ojos y han cruzado a la acera
contraria para alejarse de mí. Estoy de mal humor, con hambre y frío. Salí de
mi apartamento para ir exclusivamente al restaurante de comida china y comprar
algo de aquella sopa que tanto me gusta y que me caería bien en este frío
invernal. Pero, el local estaba “cerrado por fiestas” y no había nada más que se me
antojara cenar hoy. Camino de regreso a casa con la cabeza gacha y pateando la
nieve que me cubre la punta de las zapatillas, dejando salir ahí mi cólera, mi
molestia por esta tontería.
Llegué a mi apartamento y me
tumbé en el sofá de la sala, desganado mirando al techo, esperando que el día
llegara a su fin pronto, dormir y así aplacar el hambre, el mal humor y todo.
Cuando me disponía a cerrar los
ojos para intentar dormir, alguien llamó al a puerta. Me levanté de mi lugar
pesadamente y me acerqué a la puerta. Si eran más de esos niños que cantan
villancicos, serían víctimas de mi furia, estaba seguro de no poder contenerme
con ellos por tercera vez en el día. Abrí la puerta y… su mirada me quitó de
encima toda molestia, todo pesar y cada atisbo de mal humor en mi cuerpo. Sentí
como se dibujaba una sonrisa en mi rostro lenta e inconscientemente, ella
respondió con otra sonrisa.
-¡Feliz navidad!- dijo llena de chispeante emoción. Sam, mi
amada Sam.
Me apresuré a ayudarle con las varias bolsas de papel que llevaba
entre las manos. Noté que el espíritu navideño rebosaba en su vestimenta rojo-verde-blanco,
en su sonrisa, en todo. Es como si esta noche Sam llevara puesto un enorme
cartel con luces incandescentes que dice “Feliz Navidad!” Una vez dentro,
terminé de acomodar los paquetes sobre la mesa de la cocina.
-¿Planeabas hacer algo esta noche?- preguntó manteniendo aún
la sonrisa radiante.
-Nada especial, sólo que muero de hambre.
-¡Qué bien! Tengo algo especial para ti, espérame en la
sala.
Le hice caso y esperé en el sofá, aunque me intrigaba saber
que estaba haciendo. Pasados unos largos
minutos, volvió trayendo un par de platos de sopa, exactamente la misma sopa
que quería comprar en el restaurante chino.
-¿¡Cómo lo supiste?!
-Sé que te encanta, así que estuve averiguando como hacerlo
y quise sorprenderte. ¿Lo logré?
-Claro que lo lograste.
Deposité un beso de agradecimiento en su mejilla. Sus mejillas se ruborizaron ligeramente.
La sopa estaba deliciosa, me atrevería a decir que tenía
mejor sabor que la del chino del restaurante. Dejamos los platos en el
fregadero y luego nos quedamos
acurrucados en el sofá envueltos en una manta, acariciaba su cabello con la
punta de mis dedos, el calor de su piel sobre mi pecho se sentía increíble.
No es que odie la navidad, odio los recuerdos que me trae,
aquellas lejanas épocas con mi familia humana, recibiendo varios regalos que ni
siquiera merecía. De cualquier forma nunca comprendí el verdadero sentido de la
navidad, siempre me sentí solo, pero eso acabó ahora.
Sin darnos cuenta ya había llegado la media noche. Los
fuegos artificiales alumbrando el interior del apartamento nos advirtieron de
ello. Sam se incorporó en el sofá, buscó
algo dentro de su bolso, tomó un paquete y me lo entregó.
-¡Feliz navidad, Carsten-
Tomé el paquete entre mis manos y lo abrí lentamente. Dentro
de la caja había una bufanda gris con detalles negros.
-¿Te gusta? – preguntó Sam temerosa mirándome con sus
enormes ojos verdes.
-Claro que sí. Sólo que yo no tengo nada para darte.
Pensé que se pondría triste, pero en lugar de ello sonrió.
-No importa, el mejor regalo es estar junto a ti- dijo.
No pude contenerme, la tomé entre mis brazos con fuerza y la
abracé contra mi pecho sin decir nada más. Comencé a besar su cuello con
cuidado. Oí una pequeña risita salir de lo más profundo de su pecho.
-Tengo una forma de recompensarte- Susurré a su oído.
-Ya te dije no es necesario.
-¿Ya te dije que ese suéter que llevas puesto es horrible?-
Se entristeció un poco.
-Pero, yo puedo ayudarte a deshacerte de el- agregué. Cambié
la expresión de mi voz para hacerle saber a qué me refería.
-Entonces hazlo- dijo ruborizándose al límite.
Deslicé mis dedos lentamente bajo su suéter, bajo su camiseta,
listos para quitárselos, las manos de Sam ya estaban puestas en cierre de mi
chaqueta.
Afuera la gente estallaba en alegría y emoción, los fuegos artificiales llenaban el cielo con sus colores, por
extraño que suene, en mi corazón también reinaba la alegría, se sentía como si dentro de mi apartamento
también estallaran fuegos artificiales entre nosotros, con tanta pasión que nos
entregábamos el uno al otro esta noche.
FIN
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